Del llamativo tipo único al socorrido tipo múltiple
Hace casi diez años, concretamente en la cálida mañana del 21 de mayo de 2001, el entonces portavoz de Economía del PSOE, Jordi Sevilla, expuso en un desayuno interno organizado por CincoDías, la conveniencia de aplicar un tipo único de gravamen en el IRPF, similar al del impuesto de sociedades. Fue la primera vez que se habló seriamente de esta posibilidad en España por parte de un gran partido político (en aquel entonces en la oposición), algo que se consideró revolucionario, más si se tiene en cuenta que provenía del PSOE y que estas tesis siempre fueron defendidas tradicionalmente desde posiciones ultraliberales. Tras hacerse pública la propuesta de Sevilla y pese al revuelo ocasionado, el PSOE encargó a un grupo de expertos fiscalistas un informe para dar rigor a sus planteamientos. Desde entonces, el Partido Socialista defendió la idea de un único tipo de gravamen y sin desgravaciones, que simplificara el impuesto sin necesidad de eliminar su progresividad. Ex ministros como Carlos Solchaga y Miguel Boyer admitieron la posibilidad de un IRPF con tipo único y progresivo.
Una vez que el PSOE ganó sorprendentemente las elecciones de marzo de 2004, el entonces jefe de la Oficina Económica de Presidencia de Gobierno (ahora ministro de Industria), Miguel Sebastián, detalló las intenciones del Ejecutivo de aplicar un tipo único del 30% en el IRPF para todas las rentas, suprimiendo las deducciones y elevando el mínimo exento. La reforma fiscal que, finalmente, aprobó el Gobierno en 2006, dirigida por el vicepresidente Pedro Solbes, aparcó la idea de tipo único pero simplificó los tramos de tal forma que dejó sólo cuatro tipos de gravámenes (24%, 28%, 37% y 43%). Es más, tanto Solbes como Miguel Sebastián se afanaron en recalcar que la mayoría de los contribuyentes (más del 50%) tributaría al 24%, tras la aplicación de los mínimos familiares y personales. La idea del "aplanamiento de la tarifa" cobró tanto éxito que hubo quien defendió recortar el número de tramos a dos o uno.
Sin embargo, ahora y tras dos años de crisis económica, las necesidades perentorias de recaudación unido al temor de perder votantes entre las clases medias del país, han provocado que muchos gobiernos regionales socialistas hayan desechado definitivamente la tesis de la simplificación de tramos y tipos de gravamen, defendida aquella mañana por Sevilla. Del "revolucionario" y llamativo tipo único de gravamen para todas las rentas, defendido en 2001 en plena oposición, se ha pasado al "necesario" y socorrido por muchos tipo múltiple para aplicar a las rentas altas, bajo el argumentario progresista de que pague más quien más gane.
De esta forma, Andalucía y Extremadura, por ejemplo, pasarán a tener siete y ocho tipos de gravamen diferentes en el IRPF, respectivamente, para regocijo de quien defiende la autonomía fiscal de los Gobiernos regionales y desesperación de quien, como los asesores fiscales, desean impuestos simples para su gestión. En el aire queda la cuestión de si los impuestos se aplican con justicia distributiva o se fijan en función de las necesidades de los políticos.