La crisis del euro quiebra el eje franco-alemán
Berlín busca una nueva relación con la UE, más independiente de París.
El cisma franco-alemán lastra el ritmo de la UE desde que estalló la crisis griega a principios de año. Las dos ruedas del eje tradicional de la Unión giran ahora a distinta velocidad. Y a menudo, en opuesta dirección.
La desincronización entre Berlín y París está provocando bandazos que pueden acabar con la zona euro volcada en la cuneta. Y está minando la credibilidad de las instituciones comunitarias; algunas, ya totalmente desarboladas, como la Comisión Europea; otras, con su independencia en el alero, como el BCE.
La peligrosa deriva se atribuye a factores históricos, económicos y políticos que han ido alejando a las dos principales capitales del club. Y también se menciona como agravante la falta de química personal entre los actuales inquilinos del Elíseo y el Reichtag, Nicolas Sarkozy y Angela Merkel.
Para los observadores más optimistas se trata, simplemente, de un ajuste temporal en una relación imprescindible para la integración europea. Pero hay otra lectura que abre más incógnitas.
La UE estaría ante la superación del consenso surgido tras la II Guerra Mundial, que concedió a Francia, de manera tácita, una cierta prevalencia política sobre el lado oriental del Rin.
"Pero por encima de las diferencias", intentan tranquilizar fuentes diplomáticas, "sigue primando la voluntad de los dos países de trabajar juntos". Las mismas fuentes reconocen, sin embargo, que esa voluntad, tal vez intacta en París, flaquea en Berlín de manera clarísima. Mientras Sarkozy se esfuerza por acompasar su ritmo al de Merkel, en Alemania cada vez se disimulan menos las discrepancias con París. Y se hace gala de un absoluto desdén hacia Bruselas. "En Berlín se ha puesto de moda, por decirlo así, la desconfianza hacia la Comisión Europea, porque se la considera responsable en gran parte del descontrol de las cuentas griegas", apuntan fuentes del Consejo.
La inquina se ha traducido en varias humillaciones al organismo presidido por José Manuel Barroso. Berlín trituró el 9 de mayo su propuesta de crear un mecanismo permanente para rescatar países de la zona euro. Merkel y su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, han exigido, además, la participación del Banco Central Europeo, institución mucho más próxima a la sensibilidad alemana, en la vigilancia de Atenas. Y quieren que eal BCE participe también en la supervisión del Pacto de Estabilidad, ejercida hasta ahora por la CE.
Desapego
El desapego de Alemania hacia el bloque comunitario ya se venía percibiendo desde hace años. Y se asociaba a la madurez de una generación posreunificación que no da por sentados los beneficios de la UE. Las alarmas comunitarias ante esa evolución se dispararon el año pasado, cuando el Tribunal Constitucional alemán, en su sentencia sobre la ratificación del Tratado de Lisboa, se arrogó el derecho a frenar nuevos avances en la consolidación de Europa.
El veredicto presagiaba un una recolocación de Alemania en el club que ha empezado a cristalizar con el estallido de la crisis de la deuda soberana en la zona euro.
Los planteamientos de Sarkozy y Merkel han chocado en todas y cada de las numerosas cumbres en las que se ha abordado el rescate de Grecia (con 110.000 millones de euros) y el blindaje de la zona euro (750.000 millones de euros para tres años). Sólo la presencia balsámica del presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, ha impedido, en algunos casos, que la ruptura de los dos líderes se consumase.
Pero la disputa no ha terminado y puede agriarse aún más, porque tanto París como Berlín hacen lecturas distintas de los vertiginosos acontecimientos de los últimos tres meses. Y Merkel sigue empeñada en impedir que París aproveche la crisis para lograr un Gobierno económico europeo.
La semana pasada, el secretario de Estado para Asuntos Europeos del Gobierno francés, Pierre Lellouche, desafiaba la interpretación alemana al asegurar que la ayuda a Grecia "ha cambiado de facto el Tratado de la UE" porque se ha violado el artículo que prohíbe rescatar a un socio.
Sus palabras equivalen a una declaración de guerra al tabú que ese artículo supone en Alemania. Y suponen una complicación para Merkel, cuya participación en el rescate puede ser impugnada ante su poderoso Constitucional. Un tribunal que puede dar la puntilla definitiva al eje franco-alemán si aguanta hasta la sentencia.