¿Riesgo moral o miedo irracional?
El parche con el que la UE pretende remendar el roto griego, y más concretamente la postura alemana al respecto, ha despertado comentarios encontrados, a favor y en contra. Y en los dos bandos hay argumentos de gran peso. A primera vista, se antoja complicada la posición alemana. En primer lugar, porque cuando uno no paga sus deudas el problema lo tienen dos.
Algunos comentaristas apelan a una suerte de fetichismo germánico respecto a las finanzas sólidas, cuyo origen está en la hiperinflación posterior a la Primera Guerra Mundial. El Bundesbank ha atacado cualquier brote inflacionista -o cualquier otro acto de indisciplina financiera- con la determinación de una división acorazada, y esta herencia ha marcado la historia del BCE. Trichet subió tipos en julio de 2008.
Sin embargo, Grecia y el Sur de Europa no es sólo el deudor de Alemania, sino uno de sus mejores clientes. Las encuestas señalan que los alemanes no quieren pagar la factura de Grecia, pero los desequilibrios griegos han beneficiado a la máquina exportadora de Alemania. Y la amenaza para la economía alemana no es el dinero que gaste en Grecia, sino el negro futuro que tiene si el Sur de Europa se sume en la deflación y la demanda se hunde.
Pero, por otro lado se puede comparar el rescate de Grecia con de los bancos de Wall Street. Salvar a alguien de la quiebra porque los costes que acarrearía ésta envía al mercado una señal errónea, que incentiva a los actores a no hacer los deberes. Si Grecia -que ocultó deuda con un mecanismo muy similar al usado por Lehman- ha recibido el rescate a cambio de nada -como Bear Stearns- cuando ha estado al borde del abismo, la situación se puede repetir dentro de algunos trimestres, con Grecia o con otro país, y el problema de la división de la eurozona sólo se habrá retrasado y agudizado. Muy fino tendrán que hilar la UE y el FMI para que este mensaje pernicioso no acabe por cristalizar.