Cómo conseguir que el ahorro vaya a la inversión
Las finanzas de las familias españolas siempre han estado saneadas, como en casi todas las economías desarrolladas en las que nunca se ha desatado una crisis por dejación financiera de los hogares. Gráficamente, en España las familias tienen un activo financiero neto de unos 800.000 millones de euros, un valor cercano al PIB nacional. Es cierto que tienen un grado de endeudamiento desconocido en la historia estadística, pero sus activos duplican sus obligaciones; de hecho, los españoles de a pie tienen sólo en depósitos bancarios un valor casi similar al dinero que deben por sus hipotecas. Eso sí: como la riqueza financiera no es simétrica, unos tienen el dinero, y otros, las deudas.
De todas formas, hace sólo dos años el valor neto de los activos financieros de los hogares era superior al actual, puesto que sus participaciones en empresas y en fondos de inversión cotizaban notablemente por encima de los niveles actuales. Pero en los últimos trimestres ha repuntado por el avance de los activos más tradicionales, los depósitos y el efectivo, por la reacción instintiva del ahorro propia de las recesiones. La crisis económica desatada en 2007 y 2008, con una severa destrucción de empleo en España, ha paralizado las decisiones de consumo de bienes duraderos y de inversión hasta que se despeje el horizonte, y ha disparado las tasas de ahorro familiar hasta cerca del 20% de su renta disponible, una ratio jamás registrada en España.
Dado que el motor de la economía española está en el consumo y la inversión de sus agentes privados (sólo el consumo se acerca al 70% del PIB), la política económica debe tocar los resortes que hacen funcionar ambas variables para que retorne el crecimiento económico y se recompongan las cifras de ocupación.
El auténtico motor de las decisiones de los agentes económicos son las expectativas, que funciona por igual para las empresas y para los particulares. Puede definirse como un estado de ánimo sobre la percepción del futuro, pero que se conforma con las percepciones y variables del presente y la experiencia del pasado. La existencia de cualquier incertidumbre económica o sociológica condiciona de forma definitiva el estado de ánimo y genera una expectativa negativa que puede paralizar todas las decisiones de medio y largo plazo, y a veces también las inmediatas.
Ahora la incertidumbre más poderosa es el desempleo creciente (cerca del 20% de los activos), que mantendrá la presión paralizante sobre la ciudadanía mientras no cambie de tendencia de forma explícita. Aunque no es fácil divisar cuándo se recuperarán los niveles de ocupación previos a la crisis, los agentes económicos precisan de visibilidad suficiente como para considerar permanente y fuera de peligro sus niveles de renta, empleo y riqueza. Sólo entonces tornarán por optimismo el desasosiego, por actividad la pasividad, y por consumo e inversión el ahorro acumulado. A cambiar tal percepción deben destinar todos sus esfuerzos los responsables de la política económica, así como quienes tienen en su mano desatascar los grandes nudos de la inversión empresarial, que servirá de un motor de arrastre imparable. Cuando se logre, la inmensa bolsa de ahorro acumulado por los hogares, y en menor medida las empresas, se convertirá en el aparato más eficiente de movilización de la actividad económica y del empleo. Mientras tanto, el ahorro vegetará a la búsqueda de una rentabilidad pasiva y de escaso riesgo.
La receta que siempre ha funcionado en España es la apertura de los mercados, la flexibilización de los mecanismos de contratación y producción de bienes y servicios y la introducción de competencia entre los proveedores de los mismos. Todo ello ensancha el crecimiento potencial de la economía, que es lo que más precisa ahora España si quiere recomponer la tasa de asalariados que tenía en 2006. Pero para ello no puede desenvolverse el Gobierno con los pies de plomo que lo hace ahora, con una timidez y una desconfianza en sus propuestas que las desactiva antes de ponerlas en marcha. Precisa más liderazgo, más apuesta firme, para hacer reformas que pisen los inevitables callos que hasta ahora se han querido esquivar, pero que son ineludibles si de verdad se quiere cambiar de rumbo la economía española.