Una alternativa para empresas e inversores
La Bolsa siempre ha sido el mecanismo más rápido y transparente de financiación de los proyectos empresariales, además de ser también el método más popular de acceso de los inversores particulares a la propiedad de aquellas sociedades en las que confían. Pero en los últimos lustros la función de financiación ha sido mayoritariamente sustituida por el endeudamiento directo de las compañías, ya que el apalancamiento del capital ha funcionado como un activo corporativo, que tenía un efecto multiplicador para los socios de las cotizadas. El dinero barato y la expectativa de crecimiento acelerado de la economía y los negocios, han provocado la explosión de un mecanismo de financiación rápida a través de los circuitos bancarios, y han dejado en plano secundario el tradicional recurso a la participación minoritaria de los inversores particulares. Pero la crisis financiera ha paralizó tales comportamientos. De hecho, se ha pasado del culto al apalancamiento a la censura y vigilancia de los proyectos construidos sobre montañas de deuda. La desconfianza se adueñó del sistema financiero, y hasta las refinanciaciones de los proyectos ya en marcha se han convertido en auténticos quebraderos de cabeza para bancos y empresas.
En 2009, las necesidades de financiación de las grandes compañías se desenvolvieron con el resurgimiento de las emisiones de bonos propios. El cierre de las ventanillas bancarias y el miedo de los particulares a confiar sus ahorros a las empresas a través de participaciones con precios variables (la Bolsa), reactivó las viejas emisiones de bonos corporativos, aunque sólo reservadas a las grandes corporaciones con calificación financiera muchas veces más sólida que las de los propios Estados.
Un camino paralelo al de las grandes empresas han seguido en la última parte de 2009 y en 2010 los Gobiernos para lograr recursos con sus emisiones de bonos, y poder atender así la expansión del gasto público. Tales ejercicios financieros, en los que se disputan recursos cada vez menos abundantes, ha restado posibilidades, y lo hará con más evidencia en el futuro, a la inversión productiva directa; además, podrían aplanar, o al menos limitar su potencial, el crecimiento económico en los próximos ejercicios. Pero los nuevos proyectos que surgen en el mundo tienen que encontrar financiación, y los mercados han de proporcionar herramientas para que se abran camino nuevas aventuras empresariales, que a fin de cuentas son las que cebarán el crecimiento venidero y explorarán los avances del empleo.
Ante esta necesidad, en España ha comenzado a funcionar el Mercado Alternativo Bursátil (MAB), que revela un curioso estado de agitación en los primeros meses, con unas cuantas empresas ya cotizando y unas cuantas decenas más a la espera de hacerlo, según los asesores registrados que preparan los proyectos de salida. Pequeñas sociedades que ven crecer la demanda más allá de las posibilidades de su producción, o a las que se le descosen las costuras de la economía nacional y tienen que buscar el crecimiento en el mercado exterior, han decidido llamar a la puerta de la Bolsa para saciar sus necesidades de recursos, siempre que estén dispuestos a compartir riesgos.
El MAB es un paso necesario, pero no suficiente si no va acompañado de incentivos fiscales tanto a la oferta como a la demanda para que funcione con eficiencia. La Administración ha diseñado estímulos, con créditos sin coste para cubrir la operación de salida, y algunas comunidades, como Madrid y Cataluña, han establecido en sus tramos de IRPF deducciones a particulares, siempre que haya compromiso de permanencia. Pero no es suficiente. La naturaleza de las empresas del MAB (biotecnológicas, tecnológicas, sanitarias, etc.) genera desconfianza en los particulares por desconocimiento, que no encuentran asesoramiento como para arriesgar su dinero. Un paso más aconseja incentivar la inversión a través de fondos, pues éstos si disponen de capacidad de análisis y seguimiento de las empresas para correr el riesgo.
La oportunidad abierta para multiplicar las iniciativas de los emprendedores no puede quedar baldía por ahorrar unos cuantos euros, que invertidos en atractivos estímulos fiscales tendrían un efecto multiplicador descomunal, con efectos sobre el crecimiento y el empleo de miles de familias.