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Tribuna
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¿Regulamos a los culpables?

Habrá que llamar a la puerta de los filósofos y preguntarles cuando nació nuestra tradición por lo único. Ante una enfermedad ansiamos saber cuál fue la causa, en singular, e igualmente queremos conocer la simple solución.

En la Economía actuamos de igual modo, ante la crisis mundial, como la llaman en la mayoría del mundo, nos preguntamos por el origen y automáticamente, al obtener la respuesta que buscamos, profundizamos en lo opuesto. Que el problema es de debilidad regulatoria, pues regulemos. Que la crisis es sistémica, de carácter cíclico, vinculada al intratable déficit comercial americano, pues nada. Ante esto solo hay medicinas sofisticadas y discursos complejos. Difíciles de explicar para los neófitos, aunque sean miembros de una cámara legislativa de cualquier país de la OCDE.

En tiempo de respuestas ningún gobierno desea profundizar en la complejidad, toca hablar de un modo llano y sencillo. Enfocar al enemigo con todas las luces posibles y decirle a la opinión pública que nunca más volverá a delinquir. La banca nunca más dañará a la sociedad, porque le hemos generado un nuevo marco de comportamiento, la pequeña bestia gris será domesticada. Así nos lo anuncian. Cientos de funcionarios de todo el mundo se han lanzado a diseñar el nuevo marco regulador e incluso de sueldos, incluidos los bonos famosos americanos que los británicos rechazan, como todo lo que no idean ellos.

Y claro que hacen faltas mejoras. En regulación siempre, el lo que paga una empresa tengo más dudas. Las normas deben estar siempre vivas, mutables, adaptables a cada nuevo entorno, aunque nunca tan caprichosas como para generar incertidumbre artificial en el comportamiento de los agentes. Sin embargo, pocas voces clamaron que el enemigo era otro, que la burbuja reventó porque los pulmones de Estados Unidos reventaron. Y no lo hicieron de golpe, empezaron a perder fuelle en las casas de esos inmigrantes tan necesarios y a la vez tan poco productivos. De esos hombres y mujeres de los cuales prescindimos al primer síntoma de cansancio económico. Fueron ellos, y solo ellos, los que dejaron de pagar la primera letra de una hipoteca tramitada por un agente financiero que trabaja a comisión (de modo similar a nuestros corredores de seguros).

La realidad es cruda y no deseamos verla, o mejor dicho, mostrarla. El segmento económicamente más bajo de la población americana no fue capaz de obtener ganancias de productividad que le permitieran obtener mayores salarios y en consecuencia metabolizar sus créditos. Cuando vino el cansancio, se desplomaron y en su caída le quitaron el velo a la ingeniería financiera mundial.

El camino tortuoso que nadie desea recorrer es áspero, tanto por la izquierda como por la derecha. Si se mira a un lado, aparecerá la puesta en valor de los recursos productivos, (en España hablaríamos esencialmente de capital humano), y la vinculación de su precio a su propia capacidad de generación de riqueza. Al otro, la izquierda, surgirá con fuerza el discurso social.

No hay crecimiento sin estabilidad social, pero tantas preguntas no se pueden responder en una rueda de prensa y, nos guste o no, vivimos tiempos de respuestas mediáticas. Algún día eso cambiará.

Venancio Salcines. Profesor titular de Mercados Financieros de la Universidad de La Coruña y presidente de Escuela de Finanzas

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