¿Cuál es la década perdida?
Ahora está de moda la aplicación del latiguillo de la década perdida. Su origen es la congelación de la economía japonesa tras el estallido de su burbuja a finales de los 80, y en teoría supone deflación, gasto público y desánimo. Quien viaja a Japón no vuelve con tan mala imagen, pero los mitos no suelen corresponderse con la realidad.
Quizá la década perdida no sea tanto esa en la que se sufren las consecuencias de una burbuja, sino aquella en la que se crea la burbuja. En España tememos una década perdida en empleo y crecimiento, y no faltan motivos. Pero sería mejor llamar década perdida a la transcurrida desde 1998 hasta 2008, cuando se desaprovechó, en parte, la oportunidad histórica que supuso el euro. El salto en la riqueza nacional en este periodo es innegable, y la entrada en Europa -tras siglos en el rincón de la historia- es difícilmente reversible. El problema es el coste de oportunidad. Nunca se encontrará el país en un contexto tan favorable en términos financieros y anímicos. Pero se gastaron demasiadas energías en la labor equivocada: construir casas. Y no tendría por qué haber sido así pero, obviamente, en el corto plazo la promoción inmobiliaria a gran escala era la segunda actividad más rentable del país, después de las recalificaciones de terreno.
La culpa es de todos. Los políticos, independientemente del color, prefirieron el pan para hoy, mientras los ciudadanos se endeudaban cegados con la falsa riqueza creada por la burbuja. La inversión en I+D por parte del empresariado seguía y sigue a niveles tercermundistas.
Incluso, algún político se atrevió a afear el incumplimiento del Pacto de Estabilidad por parte de Alemania, con éxito de crítica y público. Nada hubiera librado a España del crac financiero, pero las perspectivas a medio plazo serían mejores sin empacho de deuda y con una fuerza laboral y empresarial menos centrada en el cemento. nrodrigo@cincodias.es