Las bondades de Bolonia
Resulta paradójico que el llamado Proceso de Bolonia comenzara su camino hace ya diez años (en 1999) y que, sin embargo, saltase a los titulares de prensa sólo a consecuencia de las manifestaciones que algunos sectores del alumnado protagonizaron hace algunos meses en diferentes países europeos. Sin entrar en las motivaciones que llevaron a estos sectores a la calle (que, en algunos casos, se pueden admitir como razonables), sí cabe destacar que el empeño por crear una Unión Europea de los estudios superiores cuenta con una lógica aplastante.
Con gran esfuerzo, Europa ha conseguido unir sus fuerzas en el ámbito económico y compartir una única moneda. Al mismo tiempo, los ciudadanos europeos y, por tanto, también los trabajadores, pueden moverse libremente por el amplio mercado laboral de Europa. Ante esta realidad, ¿tiene sentido un sistema universitario atomizado y diferente para cada país? Parece lógico que no, habrá que buscar la manera de crear un sistema de educación superior con características similares para todos los países de la unión, un sistema que permita a una persona nacida en Málaga poder estudiar en Múnich y trabajar en Londres o Turín. Bolonia en este sentido debe contribuir a democratizar las oportunidades de desarrollo personal, profesional, cultural y social en toda la UE.
Partiendo de esta base, desde nuestro sector nos vemos obligados a acoger con interés la apuesta que el Espacio Europeo de Educación Superior hace por la enseñanza de posgrado, un ámbito en el que nuestro país cuenta con algunas de las mejores escuelas de negocios internacionales, pero que requiere sin embargo un mayor apoyo y regulación para conseguir el lugar que le corresponde dentro de la enseñanza superior, un lugar que en otros países, y sobre todo en el sistema anglosajón, sí tienen desde hace ya muchos años.
En este sentido, Bolonia obliga a que la enseñanza de posgrado esté situada bajo el paraguas oficial de las universidades, algo que, creemos, incidirá en la regulación del sector y evitará la llegada de actores movidos simplemente por el aspecto mercantilista de la educación, olvidando lo más importante, la calidad de los estudios. Esto no debe suponer restringir el acceso a este mercado, al contrario, debe contribuir a garantizar que el posgrado cuente con la calidad necesaria para el futuro de los alumnos.
Debemos recordar que Bolonia plantea una división del sistema de titulaciones en dos ciclos: título de grado y título de posgrado, dando a este último una importancia oficial con la que antes no contaba y terminando con el sistema patrio de diplomatura y licenciatura. Históricamente, una licenciatura (título de grado) ha estado enfocada al aprendizaje de los aspectos teóricos del conocimiento, mientras que el máster (título de posgrado) incide en el aspecto práctico del conocimiento y en la orientación laboral. En la conjunción de ambas habilidades está el futuro y el éxito de la educación europea. De ahí que debamos ser muy exigentes en el modo de trasladar esta disposición a la realidad española.
Según vamos conociendo, los distintos Gobiernos españoles están desarrollando el proyecto de adaptación a Bolonia mano a mano con la Universidad, algo que, si bien en el caso del grado es totalmente lógico, en el posgrado puede ser contraproducente si se insiste en el carácter meramente teórico que ha caracterizado la enseñanza superior española a lo largo de su historia. Bolonia supone una oportunidad para incluir el factor práctico del que adolece nuestra educación, una oportunidad que debemos aprovechar y en la que tenemos que empeñarnos para que el título de posgrado sea realmente una herramienta práctica que conecte directamente al alumnado con el mercado laboral y con las necesidades de los sectores productivos de los diferentes países.
Ahora tenemos esa oportunidad, si la desaprovechamos y seguimos insistiendo únicamente en los aspectos teóricos del sistema, los titulados españoles seguirán saliendo de nuestros centros educativos con una total desconexión con las necesidades de nuestro país para seguir progresando. Es el momento de implicarse para conseguir que, como decíamos al principio, un joven nacido en Málaga pueda estudiar en Múnich y trabajar en Londres o Turín. Nos va el futuro en ello.
Álvaro Rico Pérez. Coordinador académico del IEB