Un punto de apoyo para cambiar el mundo
Los nuevos filantrocapitalistas buscan el mayor impacto con la menor inversión.
Los nuevos multimillonarios filántropos aplican un enfoque empresarial a su actividad benéfica. El objetivo, maximizar la rentabilidad de la inversión del donante; con poco dinero, producir el mayor impacto posible. El punto de apoyo que pedía Arquímedes para mover el mundo con su palanca. Para ello apuestan por soluciones innovadoras aunque también arriesgadas. Es lo que se denomina filantrocapitalismo, o venture philantropy.
En el libro Filantrocapitalismo. Cómo los ricos pueden cambiar el mundo (Tendencias Editores), del periodista Matthew Bishop y el economista Michael Green, explican que esta nueva filantropía pretende multiplicar el impacto de las donaciones. Si se crea una solución rentable a un problema social, se atraerá más dinero. Es la aplicación a la caridad del término apalancamiento, que en economía consiste en aumentar el beneficio mediante el endeudamiento. Los nuevos filántropos saben, explican Bishop y Green, que por muy grande que sea su fortuna, es muy pequeña comparada con los recursos de los Gobiernos y las compañías con ánimo de lucro.
El filántropo inversor puede seguir el modelo Warren Buffett, que se despreocupa absolutamente de gestionar sus donaciones, y las pone en manos del matrimonio Gates; o un modelo más implicado, como son los propios Gates: Bill se dedica a jornada completa a su fundación. Un tercer modelo son los fondos colectivos, que reciben donaciones de terceros y se ocupan de repartirlas.
El concepto de filantropía de riesgo lo acuñó el nieto de John Rockefeller en 1969, aunque se refería más bien a apoyar causas sociales impopulares. Desde los años 90, se refiere a la filosofía de los empresarios de Silicon Valley: apostar por una idea brillante y conseguir un éxito rápido. En EE UU se considera que el principal exponente es Mario Morino, un millonario del software, que en 2000 lanzó Venture Philantropy Partners. A su juicio, las organizaciones que más pueden beneficiarse del capital son las pymes sociales, con presupuestos de entre dos y tres millones de dólares, y 10 o menos empleados.
El libro de Bishop y Green plantea las críticas a estos nuevos mecenas sociales, y la duda de si realmente lo harán mejor que los gobiernos e instituciones como el Banco Mundial. Para ello deberán evitar la tentación, se advierte en el texto, de pensar que los sectores sociales son negocios puros, y que no todos los criterios del capital se pueden aplicar automáticamente a la caridad. A cambio, los filantrocapitalistas tienen más libertad que nadie, puesto que cuentan con una ventaja respecto a los políticos, los empresarios y las ONG: que no tienen que responder ante nadie más que ellos mismos.
El espíritu de Silicon Valley
Mejorar la educación es una de las obsesiones de los filantrocapitalistas. Un ejemplo es el New Schools Venture Fund (Fondo de capital riesgo para Nuevas Escuelas), lanzado en 1998 para hacer donaciones e inversiones para mejorar la escuela pública y apoyar a emprendedores con proyectos destinados a ella. Fue fundado por el emprendedor social Kim Smith y los inversores John Doerr y Brook Byers, ambos socios de la firma de capital riesgo Kleiner Perkins Caulfield & Byers, que nutrió a compañías como Sun Mycrosystems y Amazon, y que ahora aplican el espíritu de Silicon Valley a la filantropía.El New Schools ha recibido donaciones tan sustanciosas como los 15 millones de euros de la Fundación Bill y Melinda Gates, en 2006, destinados a crear nuevas escuelas experimentales.Uno de los fondos de inversión filantrópica más admirado es el Acumen Fund, creado por Jacqueline Novogratz, ex empleada de la Fundación Rockefeller. Los inversores no pueden recuperar el dinero, puesto que los beneficios, si los hay, se reinvierten. En 2012 aspiran a controlar 70 millones de euros.El New Profit colabora estrechamente con profesores de universidad, como Robert Kaplan y Michael Porter, y utilizan sus métodos de medición del impacto económico, pero para evaluar el impacto social.
Comisiones y beneficios contra el sida
Un hedge fund que ataca a Deutsche Borse, la Bolsa alemana de valores, y a ABN Amro, debería tener un nombre agresivo, algo así como Tigre, sugieren Matthew Bishop y Michael Green en Filantrocapitalismo. Pero no: se llama The Children's Investment Fund (TCI), Fondo de Inversión para los Niños.Un tercio de las comisiones anuales de gestión del TCI, que son el 1,5% de los activos del fondo, más una parte de los beneficios van automáticamente al Children's Investment Fund Foundation (CIFF). En 2007 el TCI gestionaba 9.800 millones de euros, y 980 ya habían sido asignados al CIFF, lo cual la convertía en una de las mayores obras benéficas de Gran Bretaña.Los fundadores son Chris Cooper-Hohn y su mujer Jamie. Su objetivo es encontrar proyectos que, con relativamente poco dinero, supongan un cambio enorme. Su mayor éxito ha sido la asociación con la Fundación Clinton para conseguir que los niños con sida puedan ser tratados con medicamentos antirretrovirales.Al entrar en el mundo de las ONG los Hohn sufrieron un choque cultural. Las organizaciones suelen oponerse a las peticiones de transparencia, según Jaime Cooper-Hohn, y no se esfuerzan en lograr eficiencias de mercado, comprando suministros a granel, por ejemplo. Tampoco se esfuerzan en compartir lo aprendido con otras organizaciones, o incluso con los propios compañeros. Para evitarlo, el CIFF se toma más tiempo explicando lo que espera de las ONG, por lo que a veces se les critica por ser demasiado lentos.
Ideólogo
El gurú de la gestión Peter Drucker también puede considerarse el ideólogo del filantrocapitalismo. En sus últimos años defendió que las organizaciones no lucrativas debían ser más eficaces, al tiempo que criticaba los excesos de los ejecutivos. Gracias al empresario de la TV por cable Bob Buford fundó lo que ahora se denomina Leader to Leader Institute.