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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La anomalía española del mercado de trabajo

La recesión no deja de destruir empleo en España, aunque en la pasada primavera el efecto destructivo ha perdido virulencia, a la luz de los datos revelados el viernes por Estadística. La pérdida de puestos de trabajo acumulada en abril, mayo y junio llegó a 145.800, cantidad muy inferior a la destrucción del primer trimestre (700.000), pero que agrava un poco más la variable más social de la crisis, cual es el desempleo.

No obstante, el keynesianismo ensayado con el plan de inversión municipal ha logrado moderar de forma notable el efecto devastador que sobre la fuerza de trabajo estaba ejerciendo la crisis global, y que en España se cebaba de manera desconocida sobre la construcción residencial. Pese a todo, la construcción ha seguido perdiendo empleo, aunque a un ritmo más atenuado, lo que pone de manifiesto que la tendencia estructural de ajuste en el sector no ha concluido. Pero la víctima principal en los tres meses que analizamos ha sido la ocupación en la industria, que ha perdido uno de cada dos empleos de la economía, y justo el doble que la construcción. Por ello las cifras arrojan un curioso saldo en el que la pérdida de puestos de trabajo se concentra en varones del sector industrial y mayoritariamente españoles, tal como los cataloga Estadística.

Hasta tal punto se ha cebado la crisis con los hombres que la tasa de desempleo masculina está a punto de superar, por vez primera en la historia, a la femenina, así como la del cabeza de familia o persona de referencia en el hogar a la del cónyuge o pareja. æscaron;nicamente los servicios, con un carácter muy coyuntural por la llegada de la temporada turística, mejoran su saldo de empleo en el trimestre, aunque la comunidad más turística de todas, Canarias, encabeza el desgraciado ranking de tasa de paro, con un 25,73%.

Pero el balance anual que ofrece la EPA es brutal: 1,48 millones de personas han perdido el empleo en doce meses, y el desempleo recluta 1,75 millones de personas más que en junio del año pasado, hasta acumular 4,13 millones. Cada día de ese año que va de junio a junio se han destruido 4.055 puestos de trabajo. Gráficamente es como si cada día de ese fatídico año una población como Tordesillas hubiese perdido todo su empleo o como si una fábrica como la de Volkswagen en Navarra hubiese cerrado. Hace doce meses sólo ocho de cada cien activos que querían trabajar no podían hacerlo, y ahora son 18 de cada cien los que quieren trabajar y no encuentran dónde.

Pero este salto tan descomunal en la variable más dura de la crisis lo es más porque no ha tenido un comportamiento simétrico en todas las economías. Mientras que países como Alemania o Francia, con caídas de la actividad económica más abultadas que la producida en España, tienen un avance del desempleo limitado, el mercado español ha vuelto a encabezar la tabla como a principios de los noventa, cuando se supone que estructura productiva y normativa laboral se habían colocado en estándares comunitarios. Esta evolución tan asimétrica entre España y las economías más maduras de la Unión Europea es la que revela que el mercado español tenga serias anomalías a subsanar.

Tanto el mercado de trabajo como el sistema productivo que lo conforma precisan de cambios para que en los periodos críticos no se destruya empleo a tanta velocidad, así como para restablecer la unidad jurídica de la relación laboral. Si desde la crisis de los setenta y ochenta la contratación temporal ha sido una palanca que ha movilizado el mercado y ha creado empleo, ha llegado el momento de una apuesta decidida por proporcionar estabilidad, en detrimento de un instrumento del que el empresariado ha abusado en los últimos 20 años, y que ahora le ha permitido hacer gratis el ajuste laboral.

Pero merece la pena también corregir aquello que ha provocado esta fractura en el mercado, que sobreprotege a los fijos, mientras deja desprotegidos a dos franjas de empleados que suman no menos de ocho millones y que rotan entre el desempleo y el empleo temporal. Y eso supone hablar abiertamente del coste del despido para buscar una fórmula que no obstaculice la contratación fija, única que proporciona arraigo laboral en la empresa y facilita la formación, que se antoja determinante en una economía del conocimiento como en la que pretende transformarse la española.

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