¿Un nuevo orden económico-social?
Recientemente, un buen amigo y colega me ha recomendado un libro de Kristin Downey, The Woman Behind the New Deal: The Life of Frances Perkins, FDR'S Secretary of Labor and His Moral Consciente, que muestra la labor de Frances Perkins como secretaria de Trabajo durante los 12 años de presidencia de Franklin D. Roosevelt. En el prólogo se relatan las tareas a las que se enfrentaba ya en 1933 y que incluían la jornada laboral de 40 horas, el salario mínimo, los subsidios de desempleo, la seguridad social y la ampliación de los servicios públicos, cobertura sanitaria incluida. ¿Les suenan estos retos? Probablemente son algunas de las cuestiones sobre las que más se ha debatido en los últimos 75 años en muchos países. Tal vez los objetivos sean comunes -un contrato social más equitativo, prosperidad y cohesión social- pero las perspectivas sobre cómo lograr estas mejoras han sido muy distintas, han contado con un éxito dispar y suscitan un continuo debate sobre su sostenibilidad y actualidad.
Precisamente las crisis han sido muchas veces el detonante de estos cambios. Así fue en el new deal de Roosevelt, también tras las grandes guerras mundiales y lo ha sido en las crisis económicas y financieras que han seguido hasta nuestros días. ¿Lo será la crisis actual? Es probable, aunque seguramente se tratará de una reforma más sofisticada y técnica en muchos aspectos, de una revolución más silenciosa. El ejemplo más claro es la Administración Obama, que pretende incorporar gran parte del modelo social de bienestar europeo a EE UU, sobre todo en algunas materias como la sanidad. Es una tarea extremadamente compleja y es pronto para saber si será posible.
Europa, mientras tanto, permanece algo más aletargada y acomodada. En cualquier caso, la situación de crisis y sus causas y consecuencias invitan a una seria reflexión sobre el orden económico mundial. El contrato social precisa de una revisión, porque la sociedad ha cambiado y con ella el protagonismo de economías como la china, la india y en general los países emergentes. Los logros sociales del pasado pueden no cubrir completamente (e incluso adecuadamente en algunos casos) las necesidades de un presente más globalizado y complejo.
En el origen de la crisis se encuentra el sistema financiero. Los episodios de rescate bancario han puesto de manifiesto quecuando las empresas (y no sólo financieras) son sistémicas -y, por lo tanto, de su estabilidad depende la de gran parte del sector- los rescates han sido necesarios. Sin embargo, toda empresa que por ser sistémica requiera de apoyo público para su mantener su estabilidad y viabilidad, no puede escapar de un control significativo por parte de los Estados. De lo contrario, se pervertiría el sistema de incentivos y muchas empresas adoptarían excesivos riesgos sólo porque serían conscientes de la red de seguridad que les proporcionan los Gobiernos. Cómo conseguir el equilibrio entre mayor control y la libertad operativa necesaria para desarrollarse en un entorno global es uno de los grandes retos para los próximos años.
Precisamente en el entorno financiero se han puesto nuevas medidas sobre la mesa y se han creado comités de supervisión mundial que tratarán de establecer mecanismos de alerta temprana. Sin embargo, queda todo el camino por recorrer para demostrar su alcance último. En el nuevo orden económico-financiero habrá que lidiar también con la abundancia de liquidez que se ha generado para tratar de reactivar la economía. Si estos recursos son gestionados de forma adecuada y canalizados a las reformas e inversiones necesarias, se estará coadyuvando a un nuevo orden más equilibrado. El punto de partida lo pueden marcar precisamente países como China, India y Brasil que pueden empezar a tirar de la demanda de todos los países que dependen de forma directa o indirecta del rebote de estas economías y que podrían seguir su estela e iniciar la recuperación. En cualquier caso, habrá que lograr que tanto la propia estructura productiva de cada país como las dependencias externas se asienten en bases más sólidas y duraderas. No puede pensarse que por el efecto rebote de algunas grandes economías habremos salido de ésta, sin establecer pautas para un crecimiento más sostenido y estable, sin determinar cuánto del terreno perdido se puede no sólo recuperar, sino consolidar.
Sin una profunda reforma de los mercados e instituciones que conlleve un capitalismo más amable y equilibrado será difícil preservar estas bases. El control, la supervisión y la coordinación internacional jugarán un papel decisivo. Y para que este nuevo orden sea exitoso debe sustentarse, en su diseño, en una vertiente social, de modo que los errores de unos pocos no vuelvan a recaer sobre los mismos.
En cuanto a España, lo que acontezca en gran medida dependerá de cómo establezcamos las relaciones con ese entorno globalizado y de la correcta identificación de las reformas necesarias. Mucho se ha hablado de la reforma de las instituciones laborales pero no se trata sólo del mercado de trabajo, ni de la política educativa, científica y de innovación. Aunque es necesario avanzar en estos campos y en la diversificación productiva, pensar que España puede crecer sin la contribución de sectores como el turismo y la construcción no es realista. Su contribución será probablemente menor pero aún será importante. Eso sí, debe darse paso a nuevas iniciativas, a una innovación que consista no sólo (aunque también) en tecnología, sino en reinventarse para dar mayor calidad en los sectores donde hemos sido y podemos ser pujantes, que contribuyan a esa revolución silenciosa.
En definitiva, la crisis ha traído consigo la discusión de un nuevo contrato económico y social. Setenta y cinco años después seguimos intentado lo que Roosevelt calificó como "civilizar el capitalismo".
SANTIAGO CARBâ VALVERDE. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada y consultor de la Reserva Federal de Chicago