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Tribuna

La recesión mundial pide más comercio, no menos

La cumbre del G-20 que se celebra hoy en Londres ofrece una oportunidad excepcional para los líderes de las naciones más industrializadas del mundo para denunciar de manera inequívoca las crecientes presiones proteccionistas y para culminar el proceso de la Ronda Doha no sólo con palabras sino también con hechos.

Un fracaso tras la reunión del G-20 llevaría a un mayor retorno al nacionalismo económico que hemos estado viendo durante los últimos meses a medida que la recesión mundial se vuelve más profunda, comportando inexorablemente mayores pérdidas masivas de puestos de trabajo y una caída más acusada de las economías clave del mundo.

Los intereses en juego son inmensos. Para la Unión Europea de 27 miembros, nada más y nada menos que el mercado único puede verse afectado. En Estados Unidos, una quinta parte de todos los empleos en manufacturas se generan directa o indirectamente por exportaciones, según el US Council of Economic Advisers. El comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea alcanzó un volumen de 600.000 millones de dólares el año pasado. En Asia, algunos países han incrementado los aranceles sobre acero o petróleo, y han limitado el número de puertos de entrada para las importaciones.

A medida que crece el desempleo, las compañías se declaran en quiebra y el sistema financiero internacional se tambalea, políticos de todos los horizontes encuentran más difícil soportar los cantos de sirena que piden políticas populistas. Como consecuencia, hay crecientes amenazas de que se pretendan sortear las estructuras multilaterales que han funcionado tan bien y se pone en duda el valor de la globalización, que a pesar de crear algunos retos ha sido sin embargo responsable del crecimiento económico sin precedentes de los últimos años.

Mientras que la globalización hace en gran medida más difícil la probabilidad de un retorno al nacionalismo al estilo de los años treinta, las actuales presiones proteccionistas son más sutiles y adoptan, por ello, formas más complejas. Esto se manifiesta con barreras arancelarias y no arancelarias que van contra el espíritu -si no es que también van contra la letra- de los acuerdos comerciales, discriminaciones contra las inversiones extranjeras, intervención en los tipos de cambio, y subsidios a las empresas que tienen problemas, no por culpa de la crisis actual sino porque no supieron adaptarse a un entorno cambiante.

Esta nueva forma de proteccionismo es especialmente grave en el sector financiero, con los bancos bajo presión de los Gobiernos para que dediquen las montañas de dinero en metálico de los contribuyentes que están recibiendo a restaurar el crédito sólo en los mercados domésticos. A largo plazo los efectos de tales políticas serán probablemente un sistema bancario menos eficiente y un brusco descenso en la confianza necesaria para unas armoniosas relaciones comerciales entre los países.

Hay que reconocer que las peticiones de medidas de proteccionismo extremo han sido rechazadas hasta la fecha. Pero a medida que se profundiza la recesión, las presiones para ganar ventajas políticas temporales con medidas populistas en solitario pueden intensificarse. Los líderes reunidos en Londres deben mostrar que son hombres de Estado decididos a tomar decisiones políticamente impopulares para bien de todos a medio plazo.

Resulta paradójico que, especialmente en tiempos de crisis, grandes segmentos del público perciban el comercio internacional como un peligro para los empleos locales en lugar de verlo como un significativo creador de riqueza. Más aún cuando una mayor integración de la economía mundial y unos flujos transfronterizos en aumento de comercio e inversión han contribuido en gran medida a niveles sin precedentes de crecimiento económico y de creación de empleo, y a sacar a más de 600 millones de personas de la pobreza miserable en las últimas tres décadas. ¿Hay alguna manera mejor de romper el círculo vicioso de pobreza, hambre y conflicto?

Aun sin las medidas proteccionistas aumentadas, la Organización Mundial de Comercio prevé una caída del comercio mundial, que se encogerá un 9% este año después de haber crecido un 4,1% en 2008 y un 7,2% en el año 2007. Esta prevista caída en el comercio es la más significativa desde la Segunda Guerra Mundial. Imagínense las consecuencias si los países le dan un mayor impacto a este golpe al comercio introduciendo voluntariamente medidas que limiten las importaciones.

Todo lo anterior va a favor de una rápida y exitosa terminación de la Ronda de Doha de negociaciones comerciales multilaterales. Un paso pendiente desde hace tanto tiempo enviaría la señal más clara posible de que la comunidad internacional es seria en su propósito de trabajar conjuntamente en beneficio de todos. También indicaría que mientras que las actuales medidas de emergencia improvisadas son comprensibles, las distorsiones competitivas provocadas por tales pasos se deberían reducir al mínimo.

En muchos sentidos, la globalización ha convertido en ineficiente al proteccionismo dadas las actuales cadenas de suministro globales y las densas interconexiones entre economías de diferentes países y regiones. Con partes de muchos productos elaboradas y ensambladas en la actualidad en diferentes países, ¡cada vez es más probable que nuevas restricciones a las importaciones perjudique más a los productores locales que a los extranjeros!

Los tiempos de grandes crisis piden un gran liderazgo. Los jefes de los más destacados países industriales del mundo deben rechazar las respuestas populistas que han fracasado en el pasado. Su labor histórica es crear un clima multilateral de cooperación y tranquilidad y restablecer la confianza tan esencial para el crecimiento futuro y la prosperidad.

Como escribió el gran filósofo y economista francés del siglo XIX Frédérick Bastiat: 'Cuando las mercancías no cruzan las fronteras, lo hacen los soldados'.

Victor K. Fung. Presidente de la Cámara de Comercio Internacional y presidente de Li & Fung Group

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