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Cinco Sentidos

¿Cuántos pacientes muertos son muchos?

Evaluar la sanidad exige cuidado con los datos

Medir la calidad de un médico o un hospital es una tarea ardua. Sobre todo, porque el éxito de su labor depende de las características de sus enfermos. Por eso los rankings sanitarios son un arma peligrosa, según los autores de El tigre que no está, cuya mayor utilidad es detectar valores extremadamente raros.

Para investigar el caso de Harold Shipman, un médico de Yorkshire, al que después se condenó por asesinar al menos a 200 personas, la juez Janet Smith investigó los datos de mortalidad de otros mil, para compararlos. Así detectaron a una docena de médicos cuyos pacientes se morían tanto como Shipman. Se analizó la población de la zona, por si tenía una media de edad más alta de lo normal, y tras ese filtro quedaron dos sospechosos. Salieron absueltos porque la razón de que destacaran era la simple casualidad de que tenían un número inusualmente alto de inválidos o enfermos asistidos entre sus pacientes.

Las listas de espera son un ejemplo de cuán engañosos pueden ser los datos. El gobierno británico, como otros en España, impuso el límite de seis meses de espera para ser operado. Los autores descontaron una práctica 'muy común', la de poner el contador a cero cuando a un paciente le ofrecen una fecha a la que no puede acudir. Averiguaron que los tiempos de espera medianos habían subido en todas las especialidades. En marzo de 2008, el Gobierno británico reconoció que el plazo de espera mediano había subido de 41 a 49 días. Por eso los autores reivindican hacer estadísticas, pero hacerlas con amplitud de miras. Muchas veces el problema no es que los datos no se conozcan, sino que no se muestran al público. La sanidad británica está poniendo en marcha un sistema para que los pacientes puedan elegir hospital, pero Gales se niega a ello.

En España tampoco es mucho más fácil conocer los datos. La Comunidad de Madrid, por ejemplo, tiene en su página web los tiempos de espera medios de 2008, pero no los de años anteriores, y tampoco los facilitaron a petición de este periódico.

Como ejemplo del peligro que esconden los incentivos a los médicos, Michael Blastland y Andrew Dilnot cuentan el caso de un médico especialista que llega a Urgencias y se encuentra a un paciente a punto de sobrepasar el límite de cuatro horas de espera para que le asignen una camilla. Y ve a otro, que parece más necesitado de su atención, pero le dicen que lo deje. 'Ya está fuera de plazo'.

Si para incentivar se mide el número de pacientes que sobrevive a las operaciones, algunos cirujanos podrían optar por rechazar los casos más difíciles, aunque eso suponga que el paciente muera esperando. Los objetivos no pueden plantearse de forma individual, señalan los autores, porque la sanidad trabaja con personas, muy difíciles de medir con números.

Los datos también engañan cuando se habla de riesgo de una enfermedad. Cuando se dice que 'El riesgo de cáncer de mama para una mujer aumenta un 6% por beber una copa más de alcohol cada día', significa en realidad que el riesgo para el conjunto de la población subía del 9% al 10%. En el invierno de 2007 el norovirus, una gripe estomacal, parecía estar infectando a millones de personas en el Reino Unido, según los medios de comunicación. En realidad era una extrapolación respecto a un estudio de 1993 a 1996, cuya muestra de casos diagnosticados era... de una persona. No hubo ninguna epidemia.

Ocho meses de vida que fueron veinte años

Al paleontólogo Stephen Jay Gould le diagnosticaron un mesotelioma abdominal, una extraña forma de cáncer muy grave. Era incurable, le dijeron, y le dieron un plazo mediano de supervivencia de ocho meses. ¿Qué quería decir mediano? Simplemente, que la mitad de la gente diagnosticada vive menos de ese tiempo, y la otra mitad vive más.

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