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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Estados Unidos promueve el optimismo

En las últimas dos semanas han proliferado las advertencias de los líderes económicos de todo el mundo acerca de un final cierto de la recesión económica, aunque sin precisiones en el calendario. El presidente de la Reserva Federal primero, el del Banco Central Europeo después y un buen número de presidentes de grandes bancos para concluir han puesto la miel en los labios de una población agobiada por la duración de una crisis en la que no se detecta la luz al final del túnel. Las referencias temporales para que los indicadores de actividad encuentren un punto de giro siguen retrasándose hasta 2010 para EE UU, unos trimestres más allá para Europa, y más tarde aún en España.

En todo caso, Ben Bernanke no debe tener plena convicción de que la actividad tomará signo positivo con carácter inmediato cuando, a renglón seguido de sus optimistas declaraciones, ha puesto en el mercado casi otro billón de euros para facilitar el crédito, y en buena medida utilizando el recurso de la expansión cuantitativa, que supone una ampliación significativa de la masa monetaria de efectos no del todo medidos.

Los indicadores que mejor reflejan el estado de la economía en el mundo son los de actividad comercial exterior, que arrojan números que asustan, con descensos de las ventas cercanos al 50% en economías tan dependientes de la demanda externa como Japón, y también en magnitud desconocida en el caso de China, Estados Unidos o Alemania. Dado que en las transacciones internacionales se movilizan mayoritariamente bienes de inversión y equipamiento empresarial, puede anticiparse que la actividad manufacturera en todas las áreas del mundo experimentará una merma adicional en los próximos trimestres. El propio FMI revisó esta misma semana a la baja su previsión sobre el desempeño de la economía, admitiendo ya que, por vez primera desde la Segunda Guerra Mundial, la riqueza del mundo se contraerá este año.

Pero el pesimismo se combate con optimismo. Y el optimismo se genera con decisiones valientes, por heterodoxas que sean. Así, tras varios meses observando que todas las medidas puestas en el mercado, desde la bajada a cero de los tipos hasta infinidad de estímulos al gasto y cantidades descomunales para enterrar las pérdidas generadas por los activos tóxicos de los bancos, no generaban un cambio de tendencia, los bancos centrales de EE UU y Reino Unido han puesto en marcha la expansión cuantitativa. De forma excepcional, pero indisimulada por la dimensión, las autoridades monetarias ponen en marcha la emisión de dinero nuevo para comprar títulos de deuda pública, o bien para comprar titulizaciones de crédito hipotecario que aligeren los balances, y dejen espacio a nuevas operaciones de crédito sin que los bancos tengan el temor a acumular riesgos excesivos.

Toda la masa monetaria puesta en el sistema terminará dando resultados en una economía con mercados dinámicos como la norteamericana más pronto que tarde. Pero el precio que deberá pagar en inflación y coste fiscal está aún por determinar, aunque los cálculos de sus autores arrojan una factura mayor en caso de no hacerlo.

EE UU no está acostumbrado a recesiones prolongadas, y la actual está sobrepasando los límites clásicos, con un desempleo que amenaza con cifras desconocidas para la sociedad norteamericana. Por ello ha puesto toda la carne en el asador, porque no puede esperar y ver, como parece plantear una Europa que se niega a nuevos paquetes de incentivos que supongan grandes desembolsos de gasto público. Además, EE UU corre el riesgo de perder el liderazgo económico mundial si no recompone su economía, porque los gigantes emergentes asiáticos, con menos ataduras para tomar decisiones y un potencial demográfico casi inagotable, pueden tomar ventaja en la salida de la crisis. De ahí su activismo de los últimos meses para superar la parálisis del sistema financiero y demostrar su liderazgo mundial.

Los mercados bursátiles han marcado dos semanas de alzas continuas, con una recuperación desde mínimos cíclicos de un 15%. Seguramente no es el rebote definitivo. Pero el mercado financiero empieza a ver la luz al final del túnel tras ingentes inyecciones de capital en las primeras economías del mundo. Sólo falta que la cumbre del G-20 en Londres culmine la revisión de la arquitectura financiera con unos límites rigurosos a sus prácticas, con una supervisión activa, para que se pueda recuperar una financiación responsable de los negocios, que esquive para siempre parálisis como la de los veinte últimos meses.

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