Buenas palabras... y sólidos compañeros de viaje
Afirmaba Theodore Roosevelt que hay que negociar con suavidad pero empuñando un buen garrote. La cita viene a colación tras los continuos ataques que las empresas españolas sufren en Bolsa por parte de operadores que se lucran apostando a la baja.
¿Reflejan estas posiciones bajistas la realidad de nuestra situación económica y financiera? En mi opinión, no lo hacen en absoluto. El sistema financiero ya ha dejado atrás la fortísima crisis de liquidez de los mercados interbancarios de 2008. En cuanto a la renta variable, muchas entidades internacionales, vinculadas en mayor o menor medida a activos tóxicos, sufrieron un durísimo varapalo en sus cotizaciones, a diferencia de las españolas, cuyo castigo bursátil, sin quedar al margen, fue considerablemente menor.
En consecuencia con estas diferencias de praxis, en España no hemos asistido a las intervenciones que sí tuvieron lugar en otros países, donde las Administraciones públicas adquirieron activos tóxicos o tuvieron que recapitalizar entidades financieras. Los resultados del ejercicio y la publicación auditada de los balances han despejado dudas sobre la salud del sistema financiero español y demuestran las abismales diferencias de proceder entre la banca española y la de otros países.
La banca española está preparada para gestionar una crisis económica; lo ha hecho en el pasado y lo hará en el presente. Sabremos ayudar a que el crédito llegue a quien lo necesite y también colaboraremos a depurar el mercado inmobiliario. Nuestra intención es, además, hacerlo sin castigar la rentabilidad que merecen nuestros accionistas.
Desgraciadamente, desde hace unos meses se cierne sobre los pequeños ahorradores e inversores de nuestro país un peligro cierto: las ventas a corto a las que me refería al inicio del artículo, concertadas entre varios operadores y con volúmenes de vértigo. Esta manera de operar, de cuya ética tanto se ha debatido, permite obtener beneficios cuando un valor bursátil cae. Nada añadiré, sobre su mecánica, a la brillante exposición que, el pasado día 8 de marzo, publicó Carlos Arenillas en el diario El País bajo el título Short selling, préstamo de valores e ignorancia.
En el contexto actual, esta operativa se ha convertido en un ejercicio de especulación malsana que se ejecuta, normalmente, desde paraísos fiscales donde no hay que dar demasiadas explicaciones. Mientras alguien envíe las 32 palabras que se precisan para comunicar una posición corta, sin firma alguna y sin lugar aparente de procedencia, el comunicado es colgado en la web de la CNMV. Lo habitual es encontrar las siglas de algún fondo hedge radicado en un paraíso fiscal cualquiera . Cabría preguntarse, ¿son todos los que están?, ¿están todos los que debieran?, ¿es fidedigna la información publicada en la propia web de la CNMV?, ¿existe alguna responsabilidad por parte de alguna entidad residente de la veracidad de la información?
El resultado inmediato de estas operaciones, como apuntó recientemente Miguel Martín en el Congreso de los Diputados, es el hundimiento de las cotizaciones; al que añadiremos la reducción del patrimonio de los fondos de pensiones y de los fondos de inversión de nuestros ciudadanos y empresas. Sin dejar de lado, por qué no decirlo, la caída de ingresos fiscales para el Estado.
En la situación actual de los mercados, las ventas a corto se reducen a un sistema depredador, sin escrúpulos, que no se basa en el análisis de resultados ni en los fundamentales de las empresas. Con la necesaria autoría intelectual de determinados bancos de inversión -en su mayoría en peligro de extinción o que ya han sido rescatados por el erario público de su país de procedencia-, que inciden en la opinión pública a través de la inevitable repercusión en los medios de comunicación.
En la práctica, a veces precediéndola y a veces a continuación, aparece la acción coordinada y masiva de un puñado de fondos hedge; capaces de operar con decenas de millones de títulos de una tacada. Sólo cabe añadir a este escenario la falta de determinación de aquellos que, en nuestro país, deben velar por los intereses del pequeño inversor, y alea jacta est.
Cuesta creer que los accionistas sean tan incautos como para acceder a prestar sus acciones a cambio de una mera contraprestación monetaria, si al cierre de la transacción recibirán -si los reciben- títulos fuertemente depreciados. ¿Se sabe a ciencia cierta que no son compraventas naked, en las que el especulador no posee previamente las acciones que ha vendido, tal y como prescribe la normativa vigente en nuestro país?
El hecho de que la entrega de los títulos (siguiendo prácticas internacionales) se efectúe tres días después da mucho juego a todos estos intermediarios; normalmente, los títulos vendidos aparecen en dicho plazo, pero ¿estaban verdaderamente tomados en préstamo antes de proceder a la venta?
El artículo 39 de la Ley del Mercado de Valores obliga a los operadores en España (bajo estricta regulación española) a que se cercioren, antes de ejecutar una venta, de que el vendedor posee los títulos. El Comité Ejecutivo de la CNMV del pasado 22 de septiembre así lo recordaba en un acuerdo, y también recordaba a tales operadores sus obligaciones. ¿Los operadores conocen con certeza la identidad del contratante, del prestatario y del prestamista, o el origen y la titularidad real de los valores? ¿Se es colaborador necesario para alterar de facto e impunemente el valor de las cosas en beneficio propio, de intermediar en este proceso sin ningún tipo de garantía?
Cuando se apela a la libertad de mercado debe suponerse que en él impera la responsabilidad. Una cualidad de la que carecen los tahúres de terminal que hoy operan a corto desde el extranjero, a los que no importa en absoluto si hunden una empresa, un sector económico entero o la credibilidad de un país en su conjunto. Ante tamaña desfachatez, sólo cabe una respuesta serena pero contundente: la del garrote del presidente Theodore Roosevelt.
Joan Grumé. Subdirector general de Banco Sabadell