El reto de las reformas estructurales
Desde hace mucho tiempo, en España se viene hablando de la necesidad de acometer reformas estructurales en nuestra economía que permitan incorporar a este país al club de la excelencia. El problema de todos estos gurús es que vienen pregonando las mismas medidas, independientemente de los ciclos económicos, de la intensificación de la globalización y de cualquier otra consideración referente a la estructura económica o social.
Si uno analiza las principales medidas, las que tienen mayor aplauso mediático y económico, proveniente del club de los liberales no empresarios, y en muchos casos funcionarios en excedencia, son por este orden: el abaratamiento del coste del despido, la reducción del gasto público, la privatización de los servicios públicos esenciales y del sistema de pensiones, la implantación de la energía nuclear como fuente energética principal, la liberalización absoluta del suelo y la eliminación de la negociación colectiva.
El problema es que si uno compara lo que está ocurriendo en los países con los que nos queremos comparar, casi ninguno cumple con los paradigmas que se pregonan diariamente en este país. Si comenzamos con la vieja Europa, los países más productivos o competitivos tienen un peso del sector público y del gasto público significativamente más elevado que aquí. También tienen niveles salariales y de costes laborales superiores y en general han superado hace tiempo la competitividad vía precios y costes, más propia de países emergentes, como China o la India. Estas economías, como la finlandesa, alemana o francesa, se apoyan en cuatro ejes esenciales para competir.
En primer lugar, una fase muy intensa de innovación en procesos, no sólo en producto, generando monopolios de oferta a nivel mundial en algunos sectores y primando la calidad del producto. En segundo lugar, un sistema educativo en el que el peso del sector público de calidad es notorio y en el que no se permite la asimetría, ni la discriminación encubierta de ciertos sectores de la población, como ocurre en la Comunidad de Madrid. En estos sistemas prima la generación de habilidades básicas, como la escritura, lectura, expresión oral e idiomas, a la par que se fomenta la cultura en un sentido muy amplio.
Por último, la valoración social de la excelencia viene acompañada de una clase empresarial que mima la formación en las empresas, que no reniega de salarios elevados y que presume ante la sociedad de tener a los mejores trabajadores, tanto en nivel formativo como en retribución monetaria, sin hacer leña con los horarios flexibles o las bajas maternales y paternales. Por último, estas economías también tienen una Administración pública, más numerosa que la nuestra por habitante, pero que no obstruye ni cercena las oportunidades de negocio de muchos emprendedores y comparte procesos de valoración empresarial con el sector privado.
En este contexto, parece curioso y algo contradictorio que España tenga un grupo de empresas cada vez más numeroso que se está asentando como líderes mundiales en sectores punteros, como puede ser las energías renovables, biomedicina o algunos más tradicionales, como infraestructuras, aeronáutica o el sector financiero. Esto prueba, como pasa por ejemplo en el mundo del deporte, que tenemos las herramientas y el capital humano, así como otros intangibles, que nos permiten competir en un mundo muy complejo y global, a pesar de nuestras carencias.
Por tanto, lo que queda es cambiar el diccionario de las reformas estructurales y apostar por elementos más intangibles que, tal vez, no se puedan modelizar económicamente, pero que son las que han permitido triunfar a países con menos dotaciones iniciales que nosotros. Por ello, urge ponerse a diseñar incentivos económicos para que haya más y mejores empresas, trabajadores mejor formados y retribuidos, un sistema educativo excelente y equitativo y se erradique aquello que tanto nos gusta, 'que inventen ellos'. El problema es que con los mimbres actuales, un investigador, una empresa que empieza o un creador cultural excelente tendrán que irse a buscar el reconocimiento fuera, así como su futuro profesional. Aquí sabemos que hay que pagar poco, trabajar más horas y por favor, que se abarate el despido.
Resumiendo, ahora que están de moda las subcomisiones, habría que crear una para discutir otras reformas estructurales al margen de las clásicos que, por lo que se ve, son inmunes a los ciclos económicos y a la estructura económica de cada país y obvian los elementos intangibles que tanto influyen en la competitividad, pero que poca gente reconoce aquí.
Alejandro Inurrieta. Concejal del Ayuntamiento de Madrid