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Opinión
Tribuna
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La hora de las informáticas

La primera persona que intuyó lo que sería la programación informática, hacia mediados del siglo XIX, fue una mujer, Ada Lovelace. No lo hizo de forma filosófica o meramente conceptual, sino sobre sólidos fundamentos científicos respaldados por el cálculo matemático, y llegó a diseñar el primer lenguaje de programación. Fue una precursora en toda regla de lo que hoy es el complejo mundo del software. Pero, por desgracia, sólo un destello de lo que las mujeres podrían haber representado en el universo informático.

Más de 150 años después, no queda sino constatar la escasísima presencia de las mujeres en la informática. En toda Europa las alumnas de las escuelas de ingeniería informática apenas superan el 15% de los matriculados, y en el mundo laboral, las especialistas en la materia no sobrepasan el 20% del total. Es cierto que la presencia de la mujer en las carreras y profesiones técnicas es menor que en otras de tipo científico, jurídico o social, donde en muchas superan ampliamente a los hombres, pero incluso dentro de ese conjunto de actividades tecnológicas, las informáticas son aún más minoritarias.

Sin embargo, hombres y mujeres utilizan por igual la informática en su vida personal y laboral, y ninguna estadística muestra indicios de un rechazo femenino a la hora de aprovechar todas las utilidades que hay detrás del teclado de un ordenador. Pero ellas no están en la creación de la tecnología. Mucho se ha hablado de las causas de esta situación. A grandes rasgos, constituyen un compendio de razones sociales de muy diversa condición.

Las hay de tipo educativo, que muestran una clara divergencia del interés de chicos y chicas en la época escolar por la informática. Mientras ellos se obsesionan con los gigahercios y los megas, con la velocidad y la capacidad como objetivos en sí mismos, ellas tienen inquietudes más pragmáticas. Hay también un fuerte componente de tipo laboral, que muestra el mundo de la programación como muy exigente de horas y horas al teclado creando códigos, que atrae a pocas mujeres. No podemos negar tampoco la existencia de un entorno hostil hacia la mujer en el ámbito profesional de la informática, que ha fomentado la idea de un mundo sólo para hombres.

Romper con todo esto no es sencillo, pero no queda otra opción que ponerse a la tarea. Las mujeres no pueden quedarse fuera del núcleo duro de la tecnología informática, sería un desastre para el desarrollo efectivo y pleno de la sociedad de la información. Hay muchas estrategias que desarrollar para conseguirlo. Quizá habría que empezar por cambiar la percepción social de esta tecnología; hacerla más próxima a la gente, convencer de que no se trata de una sucesión monótona de cálculos matemáticos, sino de proyectos concretos que ofrecen soluciones concretas a problemas igualmente concretos. Seguramente habrá que resaltar aún más el papel de las mujeres que están a la cabeza de muchos desarrollos tecnológicos en programación y diseño de aplicaciones informáticas.

Hay que hacer visibles a estas mujeres para que sean ejemplo y guía de otras muchas. Decenas de mujeres con altísima cualificación técnica están hoy día al frente de cátedras, institutos tecnológicos y programas de investigación de vanguardia. Mostrémoslas. En el año 2007 por primera vez una mujer, Fran Allen, consiguió el Premio Turing, el Nobel de la informática, convirtiéndose en la manifestación más evidente de hasta dónde pueden llegar las informáticas. Cualquier mujer que desempeñe una función tecnológica en cualquier ámbito de la informática tiene que convertirse en cabeza de puente para romper todos los estereotipos masculinos que polucionan este sector y ayudar a otras a incorporarse plenamente a esta tecnología que hoy mueve el mundo.

David Oliva. Director general de d-Core Network

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