La aversión al riesgo de los hogares
En tiempos en que los inversores profesionales corren al alero de los bonos gubernamentales, parece justificada la conducta de hogares que evitaban activos de alto riesgo incluso en momentos de bonanza de mercado. Pero, curiosamente, los que siempre preferían las aguas calmas de los bonos y de las cuentas de ahorro en vez de los agitados mares de la alta rentabilidad, tienden a ser más pobres y menos educados que esos navegantes osados, quienes recientemente han comenzado a encallar.
De hecho, esta relación positiva entre ingresos y nivel educativo, por una parte, y participación en mercados financieros sofisticados, por otra, es ampliamente conocida tanto en EE UU como en Europa. Lo que no sabíamos era si los hogares más pobres son también más aversos a enviar fuera su dinero, para invertir en activos extranjeros.
Los nuevos datos muestran que es así, al menos en EE UU, donde al contrario que en la mayoría de los países europeos, los datos sobre las carteras de los hogares individuales nos permiten distinguir entre inversiones extranjeras y nacionales.
Por tanto, resulta menos probable que hogares de menores ingresos y capacidad financiera sostengan inversiones de procedencia extranjera, ya sea directamente o a través de fondos de inversión. Y resulta interesante notar que, incluso entre los inversores que sí poseen inversiones extranjeras, los más ricos son los que poseen una mayor proporción de estos títulos en su cartera.
¿De dónde proviene esta inapetencia por los activos extranjeros? La respuesta no está dada solamente por los costes fijos de gestión de cartera. Si bien es cierto que los individuos que tienen menos fondos para invertir consideran que no vale la pena pagar tarifas de adhesión y cosas por el estilo, esto no explica el patrón de cartera observado en aquellos que sí participan en los mercados de activos extranjeros.
Una explicación alternativa podría ser el acoplamiento de los precios relativos de los bienes nacionales y extranjeros, llamados términos de intercambio, con los salarios nacionales. De hecho, cuando la producción nacional y los salarios fluctúan al unísono, los individuos más pobres, con ingresos procedentes principalmente del trabajo, prefieren el rendimiento seguro de los bonos antes que acciones bursátiles, las cuales pierden valor justamente cuando más se las necesita.
Los individuos con carteras financieras grandes consideran menos importante esta cobertura frente a las fluctuaciones salariales y por consiguiente, mantienen una cartera diversificada de acciones y bonos. Bien, esto ya se sabía. Pero curiosamente el mismo razonamiento basado en el movimiento conjunto de salarios y rentabilidad también ayudaría a explicar la preferencia observada de los inversores más pobres por activos nacionales antes que extranjeros. Esto se debe a que a los inversores les importa la rentabilidad real de sus activos, ajustada por el movimiento de precios y tipos de cambio.
Y cuando los movimientos positivos en la producción nacional tienden a disminuir el precio relativo de los bienes nacionales, el poder adquisitivo de los bonos nacionales disminuye justamente cuando los salarios son altos y viceversa. Por tanto, son justamente los activos nacionales seguros los que más atraen a los inversores más pobres con rentas procedentes fundamentalmente del trabajo.
De hecho, este estudio llega a otra conclusión interesante: para desligar su consumo del destino de sus patrones, los trabajadores deberían tener en su cartera una cantidad negativa de acciones de las empresas en las que trabajan, una posibilidad ofrecida por los contratos llamados short-selling. Una recomendación que no agrada mucho en un momento en el que muchos políticos identifican este tipo de contrato de financiación sofisticado con los excesos de la avariciosa especulación financiera.
Tobias Broer; Profesor del Instituto Universitario Europeo