El rapto de la prosperidad estadounidense
Viajando por los EE UU se percibe un estado de ánimo aturdido y furioso. La sociedad norteamericana no perdona la crisis. La epidemia de despidos, impagos, embargos y ejecuciones está dejando un panorama desolador. Se respira un ambiente de decepción e incertidumbre. Los más viejos temen un nuevo crac como el del 29. Los jóvenes no saben qué está pasando. Los sin hogar que empujan carritos de supermercado no son una exageración de los telefilmes: son reales y se ven cientos de ellos en todas las ciudades. Los ricos viven aislados en comunidades cerradas llamadas country clubs donde juegan al golf y viven pendientes de las cotizaciones bursátiles.
Sin embargo, es la gran clase media la peor tratada por el sistema. Les convencieron de que invertir en Bolsa era seguro y en pocos meses han visto evaporarse sus ahorros. El maltrato viene de antiguo. Poco a poco les han ido recortando días de vacaciones y subiendo el coste de los seguros médicos. Quizá sea ésta la realidad más sangrante e injusta en el país más poderoso del mundo. La necesidad de cambio en el sistema sanitario es imperiosa. Quizá haya demasiadas esperanzas puestas en el nuevo presidente como para que pueda satisfacerlas todas. Otros ya fracasaron en el empeño ante la presión de los poderosos lobbies de las aseguradoras. Las facturas por cualquier acto médico son más altas que en cualquier otro país, y el seguro sólo cubre de media el 80%. La libre competencia sólo ha funcionado para subir los precios. Muchos ciudadanos carecen de cobertura porque no pueden pagarla.
Otro de los males que les aqueja es la litigiosidad exacerbada en la que ha derivado su filosofía normativa. En las carreteras se ven enormes anuncios de bufetes para que los lesionados en un accidente sepan donde llamar. Sin embargo, que cada acto médico, cada contrato o cada prestación de servicios pueda derivar en una descomunal responsabilidad ha generado una paranoia colectiva de pánico a las demandas, hasta el punto de que el Gobierno mantiene un proyecto público que intenta poner coto a estos abusos llamado algo así como Los rostros de las demandas abusivas (www.facesoflawsuitabuse.org).
En las transacciones inmobiliarias más cotidianas, como comprar una casa o constituir una hipoteca, intervienen abogados y compañías de seguros para examinar la validez de los títulos del vendedor o hipotecante. Estos exámenes suponen facturas de cientos o miles de dólares. Existe un modo más sencillo de hacer las cosas, pero haciéndolo más complicado se puede ganar más dinero. Si el tráfico es confuso, aquel que sepa desenmarañarlo cobrará suculentas facturas. Hoy los hipotecados se escandalizan por un incremento del 31% en los fraudes hipotecarios y por los sueldos millonarios que durante años generó un modelo de negocio que ha acabado saltando por los aires. Los bancos olvidaron el negocio tradicional de recuperar préstamos. El nuevo maná era vender productos financieros. El lucro no estaba en el interés, sino en la comisión por cada venta.
Los gestores de Fannie Mae y Freddie Mac declararon que compraron préstamos dudosos para mantener el ritmo de sus rivales. Se trata de una estrategia similar a la de los fabricantes de coches de Detroit para reclamar una millonaria ayuda pública. Comprar coches americanos potentes es patriótico, dicen cada día: Buy american, algo así como Apoyamos las tropas. No hace mucho el presidente de una de estas compañías despreció cualquier pretensión de construir automóviles más sensatos y ecológicos. 'Es lo que quiere el consumidor', vino a decir. 'Si quieren coches que consuman menos, que suban el precio de la gasolina. Mientras esté a dólar y medio el galón, el americano conducirá coches potentes'. Ahora no faltan quienes les reclaman que usen el dinero público para producir coches más limpios y eficientes. Es dudoso que lo hagan. Doce cilindros dejan más beneficios que cuatro. Lo que no se sabe es hasta cuando habrá combustible suficiente para mover el tractor. Hoy la impresión que tienen los americanos es que el depósito está en reserva.
José Antonio Miquel Silvestre. Registrador de la Propiedad