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El año que cambió el mundo

Estados Unidos, fin del liderazgo

El país más liberal del mundo ha sido también el más laxo en la supervisión financiera, y la combinación de ambas cosas ha creado el cóctel explosivo libertad-avaricia desmedida, que ha generado la mayor crisis financiera, económica y de valores que se recuerda. Aunque la recomposición de la economía mundial bien podría venir también de la mano de la que sigue siendo la primera potencia del planeta, su liderazgo económico está seriamente cuestionado.

El tradicional espíritu emprendedor de los norteamericanos, llevado al paroxismo, y la fe ciega en el mercado como mecanismo generador y distribuidor justo de riqueza, junto con la laxitud de los poderes públicos para fiscalizar las iniciativas de los círculos del dinero, están detrás de esta crisis poliédrica, en la que el tocomocho de Bernard Madoff es el más zafio de los ejemplos. La orgía de liquidez que ha inundado los mercados de crédito, en los que se proporcionaba dinero para adquirir cada cual lo que quisiese, fuesen bienes de consumo o de inversión, sin hacerse demasiadas preguntas sobre las posibilidades reales de responder de los compromisos del préstamo, ha puesto contra las cuerdas a toda la pirámide de ingeniería financiera que tiene su epicentro en Wall Street, y que en las últimas décadas había eclipsado y adulterado el verdadero sentido del sueño americano, hasta convertirlo en pesadilla.

La tradicional capacidad para resurgir de sus cenizas que, como el ave fénix, tiene la economía norteamericana, no sacudirá el lastre tan fácilmente ahora. La bancarrota afecta a los bancos, los seguros, los fondos de inversión, la industria del automóvil, y un largo etcétera de manufacturas que tienen ya enfrente la competencia fiera de los emergentes asiáticos.

Pero la crisis coincide con el fracaso de la política exterior, de defensa y seguridad de EE UU, que con el triunfo de Obama tiene la oportunidad de ejecutar un rescate moral que sustituya el unilateralismo irreflexivo y la prepotencia del Tío Sam.

España es igual, pero diferente

Tras 14 años, 56 trimestres, de crecimiento ininterrumpido, España ha entrado en recesión en el segundo semestre de 2008. En unos cuantos meses, y con la velocidad a la que se desplomó la manzana de Newton, la economía española pasará de crecer un 3,8% en 2007 a rondar un desempeño negativo de al menos el 1% en 2009. Ningún indicador ha contenido nunca tanto pesimismo. España ha sido, como todo el mundo, víctima de la crisis financiera. Pero el ajuste será más abultado por las dimensiones desconocidas de sus excesos. Tras una borrachera monumental de inversión, con un endeudamiento que casi triplica al PIB contabilizando empresas y hogares, hay que purgar una resaca de similares proporciones. La excesiva concentración en la construcción residencial (España ha llegado a construir 26 millones de viviendas para sólo 15 millones de hogares) hace más prolongada la crisis. La absorción del estocaje de casas puede llevar tres años, y las posibilidades de relevo por parte de otras actividades son sólo buenos deseos. La recuperación volverá, pero tardará más que en los alrededores.

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