La mano invisible
Concluye la cumbre con un credo multilateral en forma de compromiso de una mayor supervisión de las finanzas globales y buenas intenciones en la economía mundial. Todos concuerdan en aceptar que el sistema capitalista es el correcto y que la economía real puede por el momento esperar, sin compromiso explícito de plan de coherente de reactivación global, subordinada a ese hipotético Nuevo Orden Financiero Internacional al que apela China y que está aún por construir. Sin embargo, nadie ha señalado con el dedo ni a los responsables, ni a ese 'algo' que ha fallado estrepitosamente, que no se restringe al ámbito financiero y que ha contribuido a hacer la crisis más severa Si lo primero se entiende por razones diplomáticas, además de que autoinculparse no ayuda, lo segundo es más difícilmente explicable.
Acertadamente, nadie ha negado que el capitalismo seguirá siendo la ruta, la única, aquella que ha hecho famosa la 'mano invisible' del mercado de Adam Smith. El problema es que 'invisible' no es sinónimo de 'autónoma', y que jamás esa mano había sido diseñada para operar a las órdenes de un electroencefalograma plano. El unánimemente entonado mea culpa, en forma de Plan de Acción para el desarrollo de los principios de la reforma, incluido el 'colegio de supervisores', refleja que aquel 'algo' que viene fallando no es otra cosa que un enorme déficit de conocimiento genérico institucional visible en el ámbito financiero, pero ausente del diseño y articulación de políticas en la economía real.
Los ideólogos y principales actores del sistema económico y financiero aciertan en querer enmendar sus errores, pero hierran a la hora de formular un diagnóstico correcto. A las instituciones americanas o europeas, más que información, les ha faltado 'conocimiento', el que ve en el largo plazo, prescribe a tiempo las necesidades de regulación, de nuevas normas contables, de transparencia en los mercados de derivados o de reforma en las instituciones financieras multilaterales. Pero también el que permite interpretar las nuevas claves de la competitividad que dinamicen a los países más o menos emergentes para que tomen el relevo dinamizador de la economía global que les corresponde ahora a través de políticas anticíclicas.
Por todo ello, quizá la medida que más echemos de menos haya sido la de aceptar que esta gran falla global debe subsanarse con el compromiso firme por diseñar nuevos mecanismos de generación, difusión y aplicación de 'conocimiento institucional' a nivel global. Echamos de menos una propuesta para una Conferencia Mundial sobre Conocimiento y Desarrollo aún pendiente y sobre la que deberíamos reflexionar.
En cuanto a España, y más allá del buen ejemplo de nuestro sistema financiero, deberíamos prepararnos para un periodo de recesión con protagonismo del sector público, frágil cohesión social e importantes interrogantes para la pymes. La vuelta de Washington no puede traducirse sólo en incentivos fiscales, gasto público e inversión productiva, por muy bien coordinadas que estén en la UE, y que un esquema de esa envergadura pueda ser económicamente viable en la situación actual. Tampoco en apoyos a un determinado sector, por importante que sea, ya que hay riesgo de una discriminación positiva que exacerbe el equilibrio social y deje fuera a sectores clave de una reforma estructural aún pendiente.
Aquí han fallado las instituciones, y especialmente en el ámbito de la economía real. Las intervenciones 'macro' no serán esta vez suficientes, a diferencia de lo que ocurrió tras la gran depresión. La 'mesoeconomía' y el apoyo a reformas capaces de fomentar las nuevas formas de competitividad deben ser la dimensión y el eje de las futuras intervenciones. Nuestra crisis ha sido estructural mucho antes de que acudiéramos a Washington. El déficit de conocimiento a nivel institucional debería abordarse de lleno, sin ideologías, con una iniciativa nacional capaz de integrar a Gobierno, empresas, universidades, think-tanks económicos y demás actores, en un grupo capaz de elaborar propuestas conjuntas. Contribuiríamos a un manejo más transparente y controlado del esfuerzo nacional que ahora se va a requerir para salir de la crisis.
Juan A. de Castro de Arespacochaga. Profesor de la Universidad Nebrija