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Columna
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Problemas financieros, pero qué hay del ajuste real

Tras las turbulencias financieras emerge una visión, menos volátil, que destaca que lo peor está por llegar. Cuando los polvos de la tempestad actual se depositen, dejarán a la vista un tejido productivo dañado por la crisis financiera, la pérdida de riqueza y el colapso de la confianza. Y los ajustes internacionales pendientes comenzarán a visualizarse con claridad. Eso es lo que ha empezado a suceder en Estados Unidos, donde el riesgo de una larga recesión aumenta, lo que ha obligado al presidente de la Fed, Ben Bernanke, a solicitar un segundo paquete de estímulo fiscal para evitar lo que puede convertirse en la peor recesión americana desde 1982.

En Europa también cuecen habas, y a los síntomas de crisis profunda en Gran Bretaña se añaden ahora las preocupaciones alemanas por el deterioro de su actividad y la posibilidad de que el coloso germano acabe entrando en recesión. Y los demás, detrás de él. Por no hablar de los miedos que el posible colapso de algunos países del este de Europa están generando en los sistemas financieros de algunos países nórdicos.

Finalmente, incluso el gigante chino parece verse afectado por todo lo que aquí está cayendo, de forma que el crecimiento de su PIB presenta una preocupante tendencia decreciente. Y, cerca de allí, Corea está combatiendo sus propios problemas bancarios, mientras Japón parece encaminarse hacia el estancamiento.

¿Y en España? ¿Hemos recorrido ya una parte importante del necesario ajuste de la economía real? Lo primero a destacar es que tenemos unos particulares problemas, distintos a los del mundo financiero, y derivados de los excesos de gasto (de consumo e inversión en vivienda) de estos últimos años.

Nunca nos cansaremos de repetir que España ha montado su largo proceso de convergencia con Europa en un aumento del PIB excesivamente dependiente de la demanda interna. De esta forma, los problemas de nuestra competitividad exterior han quedado, parcialmente, ocultos por los excesos del gasto familiar y empresarial.

Pero los excesos de endeudamiento se acaban pagando. Y España está en ello, realizando un penoso ajuste a unas nuevas condiciones en las que el crédito ni será abundante ni será, especialmente, barato. Estas son las malas noticias.

Las buenas sugieren que una parte de ese ajuste se ha efectuado ya, aunque queda un largo camino que recorrer. Esto es lo que se deriva de las cuentas de los sectores de la economía española, que indican una más que notable recuperación de la capacidad de ahorro de los hogares, una reducción de su inversión en activos reales (especialmente viviendas) y, por ende, una importante recuperación de su capacidad de financiación.

Dicho de otra forma, de nuevo las familias españolas muestran la tradicional, y necesaria, capacidad de prestar al resto de la economía. Una situación que habíamos olvidado los dos últimos años, y que constituía, por excepcional, el más clamoroso anuncio de que algo nos iba a pasar, y no bueno justamente. Igualmente, las empresas españolas, acuciadas por las dificultades de financiación y la caída de la demanda, han contenido su gasto de inversión, de forma que la necesidad de fondos se ha reducido.

Así, entre el segundo trimestre de 2007 y el segundo de 2008, el ahorro de las familias españolas ha aumentado más de dos puntos sobre el PIB (del 7,6% al 9,8%) y también lo ha hecho el de las sociedades (del 9,7% al 10,9%). Por tanto, desde el punto de vista de los recursos de capital, el del sector privado de la economía ha aumentado en casi tres puntos del PIB (hasta más del 22%). Por lo que se refiere a la inversión en activos físicos, el proceso es el contrario: la de las familias cae, también cerca de un punto del PIB (de casi el 10% al 9%) y también se reduce el de las sociedades (1,4 puntos, hasta el 18,9%).

En conjunto, el sector privado ha iniciado la corrección de su excesiva tasa de inversión, desde el 30,3% en el primer trimestre de 2007 al 28,9% del mismo periodo de 2008, con lo que su necesidad de fondos (diferencia entre recursos de capital e inversión) se ha reducido sustancialmente (desde el 10,6% al 6,4%).

En cambio, el sector público está actuando como mecanismo compensador, absorbiendo el grueso de los cambios de comportamiento de hogares y empresas: su ahorro se ha hundido (desde el 4% a escasamente el 0% del PIB) y, al mantenerse su inversión en el entorno del 2,5%, sus cuentas han pasado de un superávit del 1,5% en el segundo trimestre de 2007 al déficit, de -2,7% de este 2008. Por todo ello, el déficit exterior no ha experimentado apenas variaciones, y continuaba en un muy elevado 9,2% del PIB.

En síntesis, en medio de la tempestad financiera conviene no olvidar que los ajustes son de comportamiento respecto del gasto. Y que el sector privado ha venido efectuando ya una parte del que le corresponde. En esta primera fase de la crisis, también lo ha hecho el sector público. Pero no puede esperarse que éste compense la caída de la demanda de hogares y empresas. Ni es posible ni, sobre todo, nos conviene. Felicidades por el trabajo común que hemos efectuado. Pero no olvidemos que todavía nos queda mucha tela que cortar.

Josep Oliver Alonso. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona

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