La semana en que se abrió el cielo
Dieciocho meses después de que las primeras alertas advirtieron del riesgo de impagos de las hipotecas subprime en Estados Unidos, con la liquidación de dos fondos de Bear Stearns, y un año completo después de que tales alarmas cristalizaran en una crisis global de confianza en el sistema financiero, ha llegado lo que parece el principio de la solución. Los acontecimientos alumbrados en la semana que concluye han aportado más información sobre dónde estaban los problemas que todas las advertencias de las autoridades en un año, y la desaparición del mapa financiero de unas cuantas instituciones hasta ayer reputadísimas ha limpiado buena parte de los obstáculos que impedían ver el horizonte. Si la solución estaba cada vez más alejada porque cada día se agravaba la crisis financiera, desde ahora está cada día más cerca porque buena parte de los depositarios de la desconfianza se han evaporado.
Si las autoridades financieras estimaban que los activos dañados por las subprime eran de 900.000 millones de dólares, no habrán sido extirpados ni siquiera la mitad, aun contabilizando los que esta semana quirúrgica ha aflorado. La caída de Lehman Brothers ha blanqueado no menos de 85.000 millones de dólares en activos contaminados en su balance, aunque para sanearlos haya sido preceptiva la liquidación de activos sanos. La caída de Merrill Lynch, salvada por la banca comercial, y de la primera aseguradora mundial por la intervención del Tesoro de EE UU, ha desatado un hostigamiento continuo del mercado a las entidades sobre las que más sospechas pesan de ocultar la verdad de sus balances. La banca de inversión, la menos simpática del negocio más antipático para el público, ha entrado en práctica liquidación, y si no logra el abrigo de la banca con poderosa red comercial y acceso a liquidez primaria, puede desaparecer.
El modelo bancario venidero se anclará en las redes del negocio al detalle, y la banca corporativa no será más que subsidiaria de aquella. Además, el coste que tendrá esta crisis para los inversores, los contribuyentes y los particulares hace inevitable un cambio riguroso de la supervisión de la práctica bancaria, sobre todo allí donde es despreocupada. Pero se tendrá por bien empleado si devuelve la confianza al mercado financiero y los bancos pueden retomar su vida regular y coste más razonable. Hasta el país más mercantilista da ya por buena su mutación intervencionista para evitar el colapso al que, al parecer, estábamos abocados. El viernes se comprometió a gastar 'cientos de miles de millones' para sortear lo peor y cortó por lo sano el ejercicio especulativo sobre 800 empresas.
Sin embargo, los episodios bajistas en los mercados no han concluido, y no se puede descartar que nuevas instituciones con barniz aristocrático se diluyan y empiecen a ser historia. En España, país sobre el que la lupa de la duda se había puesto con insistencia por las economía anglosajonas, la banca recuperará el oxígeno, tal como los inversores reflejaron el viernes con fuertes compras en la Bolsa. No obstante, una sola semana no cauteriza las heridas: se precisarán meses y nuevos cambios en el mapa bancario, como ha ocurrido en el británico por concentración de riesgos, para que la calma desplace a la volatilidad y el miedo.