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Tribuna
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Demografía y competitividad en Europa

El Viejo Continente lo es en la actualidad en el doble sentido histórico y demográfico del término y, lo que es más preocupante, lo será en mayor medida en el futuro. A pesar de que la población europea ha experimentado en los últimos 35 años un crecimiento de casi 70 millones de habitantes (625 en 1970, 726 en la actualidad, gracias a la inmigración extranjera), su edad media ha pasado de 32 a 39 años, su población de menos de 20 años se ha reducido en un tercio y la de 60 y más años ha crecido en casi 60 millones (tantos como los que ha perdido la de menos de 20 años); a la vez, la de 80 y más años se ha duplicado.

El envejecimiento lo ha sido tanto por la base de la pirámide (la fecundidad ha descendido de 2,3 hijos por mujer en 1970 a 1,4 en la actualidad) como por la cúspide (la esperanza de vida ha pasado en este mismo periodo de 71 a 74 años y en 2050 este indicador alcanzará los 81 años).

Como consecuencia, entre el momento actual y 2050 Europa perderá 129 millones de habitantes, considerados los 52 millones de inmigrantes actuales. De estos 600 millones de habitantes en 2050, un tercio tendrán 60 o más años (lo que supone unos 72 millones más que en la actualidad) y la mitad de este incremento de la población de este grupo será imputable al crecimiento de la población octogenaria.

Europa sólo podrá hacer frente al reto del envejecimiento elevando la productividad por activo ocupado

El factor demográfico afectará al potencial de mano de obra del continente: la población entre 15 y 65 años disminuirá en la próximas cuatro décadas en 150 millones, casi un 30% menos que en la actualidad. Actualmente por cada 100 personas potencialmente activas hay 23 de 65 y más años; en 2050 será 50 y superará el valor 60 en países como Italia.

Constatados estos cambios, cabe hacerse las siguientes preguntas: ¿cómo influirá este profundo y estructural cambio demográfico en la productividad del continente en las próximas décadas?, ¿son compatibles los términos competitividad y envejecimiento?, ¿está alcanzando y podrá alcanzar Europa los ambiciosos objetivos planteados años atrás en la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de Lisboa de 2000 de convertir en 2010 al continente en una economía de conocimiento más competitiva y más dinámica?, ¿podrá competir nuestro continente con una edad media en 2050 de 48 años con otras áreas como Norteamérica con 40, o con países como la India con 38 años?

Sin duda, Europa habrá de afrontar cambios decididos si no quiere perder influencia económica en el mundo a un ritmo mucho mayor del que lo ha hecho en términos demográficos (en la actualidad el 11 % de la población es europea; en 2050 este porcentaje no alcanzará ni el 7%).

Traducidos en términos económicos, el envejecimiento demográfico europeo deberá incrementar hasta 2050 en más de cuatro puntos de PIB los recursos públicos, si quiere seguir haciendo frente a los costes de salud y de la protección social de la población jubilada.

En consecuencia, Europa sólo podrá hacer frente al reto del envejecimiento incrementando la productividad por activo ocupado, pero habrá de hacerlo en un contexto demográfico poco propicio, pues la población activa ocupada del grupo de edad 50-64 años se duplicará en las próximas cuatro décadas y en 2020 este grupo será ya el que concentre el mayor número de activos (actualmente lo es el de 35 a 39 años).

Sin embargo, cualquier experto en recursos humanos sabe que la capacidad de trabajo (físico) disminuye con la edad por lo que la experiencia profesional (y humana) y el conocimiento organizativo serán los únicos factores que puedan compensar esta disminución del factor trabajo y todo ello en el marco de una sociedad del conocimiento y del saber y en una economía terciarizada y altamente competitiva.

Para hacer frente a esta situación la formación inicial y la formación continua de la población activa se impone como la respuesta necesaria, sin embargo este medio sólo podrá alcanzar su objetivo con una fuerte inversión en la población activa y un incremento de la inversión en I+D+i. Esta inversión deberá proceder tanto del sector público como del sector privado, así como de los propios individuos: cada asalariado deberá ser responsable de su propia empleabilidad.

De otra parte, la caída del factor trabajo sólo podrá compensarse, demográficamente, con una mayor participación de las mujeres en el mercado laboral, con el retraso de la edad de la jubilación y con el incremento de las tasas de inmigración extranjera, así como con el aumento de calidad del capital humano y con una mayor capitalización, hecho del que podrían verse afectados los recursos para pensiones.

Una tercera respuesta puede venir de las inversiones internacionales en el mercado de bienes y capitales, lo que podría compensar la desvalorización de capitales en Europa, pero esta inversión sólo podría hacerse a costa de disminuir su capacidad de ahorro interno.

La Comisión Europea ha calculado que para el horizonte 2040 el crecimiento potencial de la UE (actualmente de en torno al 2%) caerá hasta el 1,25% y el PIB por habitante sería el 20% más bajo que el actual: tal es el coste del envejecimiento del continente.

Pedro Reques Velasco. Catedrático de Geografía Humana y director del Departamento de Geografía, Urbanismo y Ordenación del Territorio de la Universidad de Cantabria

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