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Columna
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La pandemia de iliquidez y remedios paliativos

Es evidente que lo que está experimentando el mundo financiero es una pandemia de iliquidez porque se está propagando a muchos tipos de entidades y a muchos países. Hemos visto cómo han sido afectados entidades de crédito hipotecario, bancos, vehículos de inversión, conduits, hedge funds y broker-dealers. Es decir, la extensión de la iliquidez abarca al sistema financiero tradicional y al denominado sistema financiero en la sombra. Esta denominación se utiliza para caracterizar a las entidades que no se engloban en el sistema crediticio pero que realizan las mismas funciones de invertir y en tomar financiación. Además, esto lo realizan con transformación en la duración (ya que invierten en activos ilíquidos y se financian a corto, o cortísimo, plazo) y también con transformación del riesgo (dado que muchos vehículos han financiado inversiones de calidad baja con emisión de productos cuyo diseño los ha dotado de buena calidad).

La diferencia entre el sector financiero tradicional y el que está en la sombra se encuentra en su distinta, menor o nula, regulación. Precisamente muchos de los vehículos de inversión o conduits fueron creados para escapar de la regulación, para poder realizar inversiones arriesgadas sin los requisitos de capital o de supervisión que someten a las entidades tradicionales.

Los problemas de iliquidez de las entidades financieras nacen, como todo el mundo sabe, de unas decisiones de financiación de hipotecas de alto riesgo o subprime, combinadas con ausencia de un control del riesgo apropiado por los distintos intermediarios financieros, bajo la premisa de que ese riesgo se iba a trasladar a las carteras de otros. Por supuesto, como siempre ocurre, estas malas decisiones de inversión y mala gestión no producen ni cautelas ni actuaciones correctoras en las etapas de auge. En esos momentos, periodo 1999-2006, todo el mundo se ve contagiado por la euforia de participar en negocios cada vez más arriesgados. Cuando el ciclo económico cambia, los problemas empiezan a surgir y, evidentemente, se van complicando porque se combina el descubrimiento de entidades con dificultades con los síntomas de desaceleración, o recesión económica.

Con este panorama, las decisiones de política económica, en especial monetaria, resultan delicadas. Los bancos centrales, en especial la Reserva Federal (Fed) han relajado las condiciones de liquidez, reducido los tipos de interés y proporcionado ayudas extraordinarias a las entidades. Algunos economistas norteamericanos prestigiosos, como Nourel Roubini, han criticado las ayudas de la Fed en el rescate de entidades, en particular de Bear Stearns, por dos motivos. En primer lugar, al permitir acceder a la liquidez del banco central a entidades no supervisadas por ese organismo se abre una vía que será difícil de delimitar.

Por otra parte, los problemas de las entidades pueden deberse a una mala gestión del riesgo, pueden haber realizado inversiones de forma arriesgada, sin un control de riesgos adecuado y pueden haber tomado financiación en condiciones gravosas. Las autoridades están cubriendo los problemas de entidades que no han supervisado, en parte porque muchas de las entidades en la sombra se han creado para evitar ser supervisadas.

Dada la poca información sobre estas entidades, tampoco se puede asegurar que su problema sea simplemente de liquidez y no de solvencia. No poder hacer frente a sus compromisos por falta de liquidez temporal es diferente a no poder encontrarse liquidez para hacer frente a unos compromisos que son difícilmente asumibles. El precio a pagar por encontrar esa liquidez podría poner en peligro la solvencia de la entidad. No poder pagar un alto precio por la liquidez quiere decir que el valor de sus deudas podría ser superior al de sus activos valorados a precio de mercado.

Con este estado de cosas cualquier actuación es delicada. Muchas voces, entre ellas Alan Greenspan, han señalado que no se debe evitar el cierre de las entidades que hayan tenido una evidente mala gestión. Puede que no se desee esto para no alarmar a los inversores y crear contagio, pero si no desaparecen las entidades negligentes nunca se recuperará la confianza de que las que permanecen son solventes. También es evidente que si las entidades irresponsables no sufren las consecuencias de su pobre gestión, ésta se repetirá. Es lo que se conoce como moral hazard, cuya traducción libre podría ser abuso de confianza.

En todo caso, hay que tener en cuenta que la coyuntura actual es de desaceleración económica, e incluso podría ser de recesión en Estados Unidos. Las actuaciones de política económica se justifican para evitar o suavizar las crisis. En ese sentido puede entenderse la relajación de las condiciones monetarias. Pero estas decisiones no deberían contradecir algunas de las lecciones de la crisis: necesidad de transparencia de la situación real de las entidades financieras, de mejores incentivos en la gestión del riesgo y de revisión de algunas lagunas de la regulación.

Nieves García-Santos, Economista

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