¿Hacia dónde va la construcción?
El comportamiento en los últimos años de la edificación residencial y el modelo económico derivado de ello no podían mantener el mismo ritmo, según el autor, que se suma al Debate Abierto con la confianza de que la situación no es tan grave como se está diciendo
Así se me formula la pregunta. La respuesta no es fácil. Einstein decía 'yo nunca pienso en el futuro, llega demasiado deprisa'. Eso está ocurriendo con este sector. Pero ¿cuál es la causa de que un sector potente, dinámico, pujante, súbitamente comience a dar síntomas claros de desaceleración y pérdida de ritmo, tanto que lleva a algunos a hablar de 'desplome'? Y ¿por qué tal desaceleración debería preocuparnos tanto? Y, sobre todo, ¿hacia donde debemos ir?
Durante la última década el modelo de crecimiento del PIB en España ha estado basado en buena medida por las cifras expansivas del sector de la construcción. Y éste, a su vez, apoyaba su fuerza en dos pilares: la obra civil y la edificación. De los dos el segundo tiene más peso en el PIB y es el más creador de empleo, razones por las cuales su comportamiento negativo genera más preocupación. Además una buena parte de ese empleo ha sido cubierto estos últimos años mediante población inmigrante, cuyo paro inquieta siempre más que el nacional porque carece en el territorio de estructuras familiares de acogida y socorro como ocurre con los segundos.
Toda esta crisis comenzó, aparentemente, en el último cuatrimestre del pasado año. Pero no es así. Las cosas venían de más atrás: del modelo de crecimiento. Porque nuestro modelo basado en este sector y en el consumo era ya un modelo controvertido hace tiempo. Mientras que otros países hacían fuertes apuestas por sectores de alta tecnología y con demanda asegurada de futuro, nosotros continuábamos con el descrito. Así Francia lleva años apostando por la energía nuclear, la aeroespacial y las telecomunicaciones o Alemania por una industria de bienes de equipo o automóviles de alta tecnología o de gran prestigio, etc. En algún momento cualquier catalizador tenía que iniciar la reacción. Y éste fue el de las famosas subprime hipotecarias de verano pasado, que rápidamente internacionalizaron el problema de EE UU, debido a que lo que antes era un elemento de protección -la división del riesgo- se convirtió ahora en un elemento de difusión.
Los síntomas inequívocos internos nacen de la aguda crisis de ciertas inmobiliarias, producida por la sobrevaloración de parte de sus activos y de las dificultades de venta de algunos de sus productos; desde el G-14 se dice que el sector inmobiliario perderá 500.000 empleos en dos años, cae la demanda de hipotecas, los visados de vivienda se reducen fuertemente, se estanca el consumo de cemento y se reduce el de ladrillo (más indicativo de la edificación que el anterior)... Al tiempo en el ámbito financiero, tras un periodo largo de extraordinaria liquidez y fuertes apalancamientos el mundo financiero se ajusta una vez más, los bancos atesoran su liquidez y lejos de traspasarla, endurecen sus préstamos, etcétera. ¿Vale la pena seguir? Sí, vale la pena añadir que a todo ello se suma una subida no esperada del IPC, la sensación de que una fuerte crisis amenaza y la prudencia consecuente de los consumidores/ inversores.
¿Es ésta la 'tormenta perfecta'? se preguntaba hace unos días un importante banquero reflexionando sobre la crisis financiera, no la de la construcción. Yo creo que en la construcción, no; no en nuestro sector, pero es evidente que las cosas han cambiado lo suficiente como para tener que afrontar la situación de otro modo.
En primer lugar digamos que la edificación residencial se está desacelerando, pero no ha se ha parado. Que su ritmo de crecimiento era absolutamente anormal en Europa e insostenible y por eso su ritmo cae en España de modo más rápido que en la eurozona. Las cifras, simplemente, deben volver a las propias de países con nuestro nivel de desarrollo. Y eso es una reducción de no menos de 1/3 de las máximas conocidas. Pero la edificación de oficinas continúa con buen ritmo. Y la obra civil también.
En segundo lugar, hay que decir respecto a esta última, que los PIT y PEIT de los últimos años han actuado de gran motor y que las licitaciones del Ministerio de Fomento han alcanzado cifras récord en su historia reciente en 2007, atenuando en parte las caídas de la edificación. Además, hoy la inversión en obra civil procede sólo en una tercera parte de los Ministerios inversores, los otros 2/3 se reparten casi por igual entre Comunidades Autónomas y Ayuntamientos. Y aunque en estos últimos dos casos la menor obra de edificación afectará a su capacidad inversora no es fácil que las cifras se reduzcan de modo sensible del año pasado al actual.
Finalmente, 2008 debería, pues, servirnos para apostar de un modo decidido en tres direcciones: 1) cambiar hacia un nuevo modelo de crecimiento; es urgente y necesario y atañe desde la energía a la agricultura, pasando sobre todo por I+D+i; 2) consolidar la edificación en cifras asumibles desde el punto de vista de la demanda solvente y desde el desarrollo sostenible del litoral y de la expansión de las grandes ciudades; 3) apostar fuertemente, a tope, por una política keynesiana de expansión de la inversión pública en infraestructuras -alta velocidad, autovías, aeropuertos, carreteras, desaladoras, regadíos, etc.- aprovechando para ello el superávit presupuestario del que disfrutamos potenciando el sistema público-privado. ¿Cabe hacerlo todo? Al menos vale la pena intentarlo.
Jaime Lamo de Espinosa. Presidente de la Asociación Nacional de Constructoras Independientes (ANCI)