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Columna
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El precio de los alimentos

Casi todas las previsiones nos anuncian que el alza en el precio de muchos alimentos va a mantenerse durante años. En particular los de derivados de los cereales y las semillas oleaginosas y, por tanto, las producciones ganaderas. No se trata de un aumento coyuntural sino, más bien, un fenómeno duradero de cambio estructural en los mercados agrarios internacionales.

Un primer hecho que confirma esta idea proviene del incremento derivado de los precios del petróleo sobre los costes directos de producción y de transporte, fletes incluidos. Para un país importador de cereales, soja y leche, en cantidades masivas, el impacto sobre el precio de los alimentos es inevitable. Pero además se registra un aumento espectacular de precios en dichas materias primas agrarias, debido a causas relacionadas con las políticas agraria y agroenergética.

La Unión Europea ha apostado decididamente por una estrategia comercial de progresiva liberalización comercial internacional, en el marco de la Organización Mundial de Comercio, que le ha obligado a un sustancial giro en la política agraria tradicional. La apertura de mercados en producciones agrarias y en alimentos se preveía que provocara descensos de precios de la alimentación en Europa. Un porcentaje creciente del abastecimiento se basaría en estas importaciones baratas y la producción propia debería especializarse en productos de calidad singular, con superiores precios que cubrieran los mayores costes de producción en Europa. Todo ello bajo un modelo de agricultura sostenible y respetuosa con las crecientes exigencias medioambientales y en bienestar de los animales.

Sin embargo desde finales de 2006 se está produciendo un shock en los mercados mundiales con incrementos muy notables de los precios de aquellos productos donde, precisamente, España es más dependiente del mercado exterior: cereales, oleaginosas y productos lácteos. Si en oleaginosas compartimos dependencia con el resto de la UE, no ocurre igual en lácteos y en un sector tan estratégico como es el de los cereales que, en al menos un 60%, se destinan a la alimentación animal. Esta es la causa principal del diferencial en el incremento de precios de los alimentos entre España y otros países europeos que tanto ha desconcertado estos días a muchos analistas. Es obvio que los precios no pueden ser iguales en un país que se autoabastece de cereales o leche que, en España, donde importamos un 40% de los cereales que precisamos, un 100% de la soja y un 33% del equivalente en leche que consumimos.

Las causas de lo que está sucediendo son sobradamente conocidas. Se han unido las nuevas demandas mundiales, principalmente para biocarburantes, con la rigidez de la agricultura europea para adaptarse a esta nueva situación. En Estados Unidos, líder mundial en maíz y soja, la fuerte demanda para producir bioetanol ha provocado un espectacular incremento de esta producción en 2007, desplazando el cultivo de la soja, producto cuyo precio crece con fuerza en estos momentos, trasladando su impulso al resto de oleaginosas y, en consecuencia, a sus aceites, incluido el de girasol. Pero, el abundante maíz americano (Estados Unidos y Argentina) no puede importarse en la UE al ser mayoritariamente de variedades transgénicas no autorizadas en Europa. Además, la cuota de la leche impide aumentar las producciones en esta época de escasez.

Que se sigan negando estas evidencias es preocupante, principalmente porque estamos a 12 meses de que en España sea obligatorio mezclar un 3,4% de bioetanol y biodiésel a todos los carburantes que se vendan. Recurrir a posibles acuerdos de precios en sectores donde existe suficiente competencia, o al mito de liberalizar las importaciones cuando los precios mundiales se sitúan en niveles récords es, sencillamente, echar balones fuera.

De mantenerse la situación y perspectivas actuales será inevitable diseñar una nueva política agraria expansiva, con los consiguientes costes medioambientales, o bien asumir el coste que representará una creciente dependencia alimentaria del exterior, y a precios elevados. Si el actual shock de precios es permanente, como parecen afirmar los más prestigiosos analistas, el modelo agrario tan cuidadosamente elaborado desde los acuerdos de la Ronda Uruguay, tiene un destino evidente: la papelera.

Carlos Tió. Catedrático de Economía Agraria de la Universidad Politécnica de Madrid

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