Santa Bárbara, ahora que truena
La presunta intervención coordinada de los bancos centrales ha dado bastante de sí teniendo en cuenta que han pasado cinco o seis sesiones y eso, estando el mercado como está, equivale a ojo de buen cubero a cinco o seis años. Ha dado de sí porque ha puesto de manifiesto que el mercado no tiene ni la más remota idea de qué es lo que quiere o qué es lo que teme y también ha dado alimento para la costumbre de la tertulia.
Sobre el primer aspecto, es conveniente recordar el viejo consejo de tener cuidado con lo que se desea, porque a veces se cumple. El mercado no necesita bajada de tipos. Si la Reserva Federal los hubiese recortado medio punto la volatilidad sería la misma. No son tipos más bajos ni inyecciones de liquidez ni, incluso, más provisiones por minusvalías en el pozo bancario. Lo que necesita es tranquilidad, un simple respiro.
Otra cuestión es el llamado riesgo moral, hacia el que el mundo financiero adopta una actitud asimétrica comprensible desde un punto de vista del propio interés. Así, cuando vienen mal dadas y el bonus está en juego se asume como normal pedir que las autoridades extiendan un cheque casi en blanco o, algo que roza la broma macabra, que congelen los tipos hipotecarios a las familias más afectadas, no vaya a ser que no paguen al banco. Es razonable, desde luego. El funcionamiento eficiente del sistema financiero reduce el coste de capital y estimula la economía.
Ahora bien, cabría plantearse por qué razón estos argumentos no servían cuando se ha pedido más transparencia a los hedge funds o personalidades como Warren Buffett denunciaron la potencial bomba de relojería que suponen los derivados de crédito complejos y los intrincados sistemas de transferencia del riesgo. Entonces las palabras 'injerencia' o 'sobrerregulación' bastaban para alejar miradas incómodas. Ahora, sin embargo, toca hablar de responsabilidad.