El crudo alimenta la hidra inflacionista
España ha experimentado en sus carnes lo que otras grandes economías temen: la resurrección de la inflación. Los datos adelantados por Estadística revelan que el índice de precios de consumo (IPC) subió nueve décimas en octubre y alcanzó una tasa interanual del 3,6%, casi el doble que hace dos meses. El petróleo y otras materias primas han empujado los costes energéticos y alimentarios y han colocado la inflación en niveles incómodos, hasta el momento sólo artificialmente justificables por el alto crecimiento de una economía que avanzaba por encima de su potencial. Ahora, con el ciclo de actividad declinante, debe considerarse la inflación como un riesgo serio que debe ser atajado para que no cercene la renta real y reduzca el crecimiento.
La inflación siempre ha sido considerada en España como un enemigo simpático. Fruto del mediocre arraigo de la cultura económica, los españoles han considerado tradicionalmente la inflación (subidas de precios no justificadas por la calidad de los bienes y servicios adquiridos) como un aliado de su renta, cuando en realidad se trata de la variable más parasitaria de la economía, que resta poder de compra a los consumidores, reduce la posición competitiva del país y mina todas las variables contractivas de la actividad.
No obstante, en los últimos años, desde que el euro irrigó cierta estabilidad fiscal y monetaria, los españoles han comprobado cómo el letargo de la inflación ha permitido crecer a las variables que afectan a su prosperidad: empleo, retribución del trabajo, ahorro financiero de su deuda y avance de su riqueza financiera y patrimonial. Por ello, ante este renacer de la hidra inflacionista, todos los agentes sociales y económicos, junto con el Gobierno, deben colaborar para que no disponga del oxígeno que la haga perdurar.
El llamamiento de Pedro Solbes para controlar los costes laborales debe encontrar eco en sindicatos y empresarios. El primer coste de producción, el salario, que supone casi la mitad del PIB, debe ser consecuente con una situación en la que los inputs energéticos están desbocados y los financieros tienen pocos visos de ceder. Pero debe acompañarse del gesto ejemplificador de moderar el avance del salario mínimo, descartando las subidas insinuadas para la próxima legislatura, y de los sueldos públicos. Además, el incremento del gasto público y los ajustes de impuestos como los contenidos en el Presupuesto deberían ser repensados, puesto que no hay nada más inflacionista que el gasto no productivo y los impuestos, sean de la naturaleza que sean.
Nos habíamos acostumbrado a que el petróleo podía ser neutral en los precios, por la reducción de su uso en las economías más avanzadas y la ingente exportación de deflación desde China. Pero no es neutral: se ha filtrado en el proceso productivo e incluso ha disparado los costes de energías alternativas y ha terminado contaminando los precios de los alimentos. Revisemos, pues, este neoparadigma económico del siglo XXI, que en Europa alivia una moneda apreciada.
Los bancos centrales han estado preocupados desde el mes de julio en dar respiración asistida a los mercados interbancarios para rescatar la confianza. Pero ahora pueden volver a poner el foco sobre la inflación. Es decir, sobre el futuro de los tipos de interés.