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Crónica de Manhattan

La subcontrata militar de Bush

En Viajes con Herodoto, el periodista polaco Ryszard Kapuscinski narra la preparación para la guerra que el rey persa Jerjes lanzaría contra los griegos sobre el 490 aC. Herodoto calcula que en sus filas había unos cinco millones de hombres. 'Exagera, desde luego', apostilla Kapuscinski, 'pero seguro que fue una fuerza formidable. ¿Cómo los alimentaría? ¿Cómo les proporcionaba agua potable?'. El rey y su armada sólo comían una vez al día, apunta Kapuscinski.

La sobriedad del persa ya no es necesaria. El que es ahora el gran poder militar mundial, EE UU, ha resuelto estos y otros problemas de logística militar gracias a la tecnologías y vía subcontratación. Con ello se deben reducir gastos y ganar en flexibilidad.

El ejército de EE UU ha contado con subcontratas para labores no críticas desde el fin de la guerra de Vietnam. Esa tendencia a la privatización de parte de la acción del Estado aumentó en las últimas Administraciones, y ya no sólo en asuntos militares, sino en casi todos los departamentos. En la época de Bill Clinton, el Gobierno aumentó la subcontratación y George Bush la ha disparado, sobre todo en Defensa. El primer titular del departamento, Donald Rumsfeld, estaba seguro de que se podía guerrear con un contingente reducido de tropas.

Con ese convencimiento, que no cuadraba al único militar del gabinete de Bush, el secretario de Estado, Colin Powell, se inició en 2003 la guerra de Irak.

Hoy hay casi tantos militares en Irak como subcontratados. Unos 160.000 por cada lado. Entre 20.000 a 30.000 de estos subcontratados pertenecen a empresas de seguridad privada.

Blackwater, una de estas empresas fue formada en 1997 por un ex militar, Erik Prince. En 2001 tenía contratos con el Gobierno por valor de un millón de dólares. Desde entonces ha firmado contratos con la Administración, la mayoría con el departamento de Estado y sin concurso público, por 1.000 millones.

Sus hombres, menos de 1.000 sobre el terreno, son ex militares la mayoría, que protegen al personal civil. A la empresa se les paga por ello 1.220 dólares al día por hombre, que es mucho más de lo que gana un general. Eso sí, el día que no trabajan no suelen cobrar y no se les provee de la misma asistencia sanitaria que a los militares. De hecho, los empleados de otras subcontratas como Halliburton también carecen de la cobertura médica estatal de los militares y dependen de unos seguros privados mucho más limitados.

Ahora varios empleados de Blackwater son sospechosos de matar a 16 iraquíes hace un mes. Procesarles es tan difícil que, pese a que en los últimos tres años 222 han sido despedidos, ninguno ha sido responsabilizado de nada. Tampoco los subcontratados presentes en los interrogatorios de Abu Ghraib, han respondido ante la justicia.

En Irak hay una ley que les exime de responsabilidad y en EE UU un agujero legal que les deja en el limbo. El Congreso está revisando este agujero y algunas subcontrataciones. En particular la de Blackwater, cuyo fundador y su familia han financiado las campañas de Bush y Cheney.

Quienes critican estos contratos no quieren volver a la época de Jerjes, quieren transparencia, responsabilidad y vigilancia de unos subcontratados que cada vez tienen más resortes de la seguridad nacional y la estrategia militar y exterior en sus manos.

Ana B. Nieto

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