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Tribuna
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La Bolsa y la teoría del pavo

En tiempos tan agitados como los que corren, abunda el nerviosismo en los mercados. Y en el nerviosismo prospera la volatilidad. Y la volatilidad nos trae más agitación. Desde agosto, se han sucedido un inusitado número de días extremos en las Bolsas. Los sustos y alegrías son casi diarios. Algunos expertos en la cuestión se rascan la cabeza y hacen cábalas. Otros, como The Economist, dicen que habrá que esperar y ver. Yo me quedo con los segundos.

El elemento de sorpresa es parte fundamental de un sistema complejo como los mercados financieros. Los acontecimientos dependen de tantos factores que, por mucho que nos empeñemos, siempre acaban por sorprendernos. Por eso, adoptar decisiones o hacer pronósticos en base a lo acontecido en el pasado inmediato suele ser un negocio peligroso. Para ilustrar este asunto, Nassim Nicholas Taleb recurría en The Black Swan (Allen Lane, 2007) a una adaptación de la vieja historia del pollo de Bertrand Russell. Como es sabido, el filósofo británico hacia uso de ella para poner de manifiesto el problema del conocimiento inductivo, en el que utilizamos retazos de información para extraer conclusiones generales.

Imaginen un pavo al que la amable mano del granjero da de comer cada día. Con cada nueva ración de maíz, el animalito se reafirmará en su creencia de que el universo se rige por la regla de las tres comidas al día proporcionadas por un simpático ser humano, al que sólo parece preocuparle el bienestar del género pavo. Sin embargo, en la víspera de Navidad, un acontecimiento inesperado llevará al bicho a revisar (fugazmente) su conocimiento sobre las leyes del universo. La experiencia del pavo no sólo no ayuda para entender el futuro, sino que su valor es negativo; con cada día que pasa y cada comida que le proporcionan, el pavo se siente más seguro, a pesar de que el horno está a la vuelta de la esquina.

Cambien al pavo por un inversor y el día de Navidad por el 19 de octubre de 1987. Aquel día, inesperadamente, el mercado estadounidense sufrió una caída del 22,6%, la mayor de su historia y el doble que la sufrida en el día más negro de la crisis de 1929. Desde entonces, cada mes de octubre, los inversores se encomiendan a sus divinidades favoritas. No sin razón; los movimientos extremos forman parte de la naturaleza de los mercados. Y tienen la manía de coger desprevenidos a los expertos. En The (Mis) Behavior of Markets (Profile Books, 2005), Benoit Mandelbrot, el matemático conocido por sus trabajos sobre fractales, muestra cómo, en los últimos 50 años, los diez días de mayor movimiento en los mercados son responsables del 50% de la revalorización del índice S&P 500. Dicho de otra manera: si pudiéramos eliminar del índice S&P 500 lo acontecido en los diez días de mayor agitación (arriba y abajo) de dicho periodo, la revalorización del índice habría sido aproximadamente el doble de la efectivamente alcanzada. Por eso los inversores se santiguan cada mes de octubre.

Dado que los mercados parecen tener su propia opinión, quizá lo suyo sea mantener la calma aprendiendo de las enseñanzas que nos ofrecen la economía y las finanzas conductuales; el estudio del notable efecto que la psicología tiene en el comportamiento de los agentes económicos.

La disciplina nos dice que la gente sólo somos capaces de procesar la información de un modo imperfecto, lo que nos hace proclives a errores y sesgos. Tendemos a la heurística, a realizar aproximaciones 'a ojo', o a tomar atajos para tratar información. Con resultados conocidos. El exceso de confianza, el anclaje o la aversión a la ambigüedad son algunos de los atajos más corrientes. A lo que voy es que, excepto en la longitud de sus cuentas corrientes, los casi míticos gestores de los hedge funds y especies similares son personas susceptibles, como los demás, al miedo y a la esperanza. A hacer caso a sus intuiciones, a caer en la heurística, a comportarse en rebaño y, en definitiva, a dejar la racionalidad en el cajón. Esperanzados cuando los precios suben y miedosos cuando bajan, a su agitación espiritual cabría atribuir buena parte de los sustos de los últimos tiempos.

Mientras las cosas se tranquilizan, o no, a los demás nos queda desear que suceda lo mejor, pero estando preparados para lo peor. Decidan si las compañías cuyas acciones poseen son una buena inversión a largo plazo, y no olviden la historia del pavo.

Ramón Pueyo. Economista KPMG Global Sustainability Services

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