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Mercados

El Ibex encadena dos semanas al alza y se acerca al 14.500 puntos

La crisis financiera deja a los mercados en la peor situación de los últimos cinco años y con una volatilidad que persistirá a lo largo de otoño

La resaca de este verano va a ser larga. Los inversores que vuelvan en septiembre se encontrarán con un tablero convulso, en el que alguien cambió las piezas. Ha sido un verano tormentoso, pero el temporal se fraguó a fuego lento. En febrero llovieron las primeras advertencias. Entonces, el enredo subprime creció de espaldas a unos índices que seguían buscando máximos. Hasta que, en pleno verano, la bola de crédito tumbó las expectativas. Junio terminó con sed de récords y de opas; septiembre arranca torpe y con las operaciones de adquisición de empresas entre paréntesis. Los inversores afrontan un Ibex que se ha desinflado un 3,70% desde el 20 de junio. Pese a que la última semana se recuperó un 1,01%, los parqués cotizan lastrados por un escenario nuevo, tejido al calor de un verano inestable y confuso. Sólo el calor se irá del parqué: el peor estío desde 2002 deja tras de sí una volatilidad inestable y la desconfianza de los inversores.

Arrancó el verano con firmeza, alentado por resultados empresariales que colmaban las expectativas. Ni el elevado precio del petróleo parecía sujetar una Bolsa encabritada, capaz de asimilar los efectos alcistas del crudo sin grandes dificultades. Las dudas del sector inmobiliario norteamericano, de momento, quedaban ahogadas por el vigor de las compañías. Los indicadores, sin embargo, eran más que orientativos.

La subida de los tipos de interés, combinada con el mal momento del mercado, forzó el aumento de los impagos de hipotecas concedidas con demasiada alegría: subía la letra y no se podía vender la casa. Estas hipotecas de alto riesgo, llamadas subprime, se concedieron gracias a complejos mecanismos financieros que convertían el riesgo en un activo que, después, se podía colocar en el mercado. Cuando llegaron los impagos, estos mecanismos -CDO- mostraron su peor cara: el mercado no sabe los riesgos asumidos por bancos, aseguradoras o fondos de inversión. A finales de junio el banco Bear Stearns rescató de la quiebra a dos de sus fondos vinculados a estas hipotecas. Para entonces, el efecto subprime era ya un embrollado nudo gordiano.

Las Bolsas sufrieron entonces las primeras caídas generalizadas, anticipo de unos mercados que acabarían desplomándose justo un mes después. Los balances bursátiles de julio muestran fuertes retrocesos en los índices europeos y estadounidenses. Si bien el Ibex sólo perdió un 0,60%, el S&P 500 se dejó un 3,20% y el Euro Stoxx, otro 3,87%. Cifras tan negativas sólo se repitieron en la segunda semana de agosto, tras una intervención de los bancos centrales que hizo temblar los parqués. Después, los mercados se recuperaron de forma un tanto artificial; a principios de julio las principales agencias estadounidenses de calificación de créditos rebajaron la calidad de cientos de bonos vinculados a las subprime. La Bolsa no se desplomaba, pero los mercados de deuda empresarial estaban, literalmente, secos. La prima exigida por comprar deuda de alto riesgo era tan alta que los mercados no ofrecían precios, dañando los balances de bancos como el alemán IKB y hundiendo a los hedge funds que tomaron posiciones más agresivas en el mercado de CDO.

Con todo, el 8 de agosto las portadas todavía hablaban de optimismo después de que el Ibex ganara un 3,96% en dos sesiones. Perdería un 3,70% en las dos sesiones siguientes. La Fed no había bajado los tipos de interés, en un intento de calmar a los mercados. Pese a la cautela de Bernanke, los bancos centrales harían temblar el sistema. El día 9, las instituciones empezaron a verter más de 211.000 millones de euros en el mercado interbancario. Los inversores perdieron el temple y la semana siguiente acabó en sangría. El jueves negro, 16 de agosto, terminó con caídas en casi todas las plazas y con el Ibex en la zanja: tras la mayor caída desde el 11-M, cerró en pérdidas anuales. El Euro Stoxx 50, que había subido un 1,81%, cayó un 5,11% en dos sesiones. Las mismas en las que el Dax alemán perdió un 3,48%, tras haber subido un 1,23%.

Las hipotecas de alto riesgo golpearon a las Bolsas y la primera crisis fue de confianza. El proceso por el que esas hipotecas eran capaces de devaluar fondos y arruinar entidades bancarias (American Home Mortgage, décimo banco hipotecario estadounidense, fue la primera víctima) puso patas arriba una serie de herramientas de ingeniería financiera, que se reinventó a sí misma hasta convertirse en una auténtica caja negra de transparencia y valoración. Resulta difícil valorar los activos, así como precisar las pérdidas que sus tenedores van a tener que soportar.

Las expectativas ahora son otras. La crisis crediticia, en el mejor de los casos, cristalizará en una mayor tirantez de las condiciones financieras. El dinero fácil, uno de los soportes que permitieron el ascenso continuado de la Bolsa desde marzo de 2003, se evaporó este agosto. No es dramático, pero sí un bautizo de realidad. Mientras los beneficios empresariales, el otro punto de apoyo de los parqués, se sostengan, la Bolsa seguirá creciendo. Pero ya no hay espacio para grandes periodos en los que el parqué se transformaba en una senda alcista de sentido único. Será difícil ver una evolución tan favorable como la de los últimos cuatro años.

El riesgo se revalorizó en un mercado que lo había infravalorado. Los primeros indicios de contagio -el bloqueo de varios fondos de alto riesgo de entidades europeas- provocaron una fuga que hundió al sector bancario. Pocos atendían ya a las hojas de resultados; entidades como el BBVA o Santander, con buena salud contable, flaquearon en sus cotizaciones. La liquidez otorgada por los bancos centrales ha mantenido, hasta ahora, una firmeza artificial.

El verano ha dejado otros compromisos derivados de la crisis. Un viejo conocido, la volatilidad, ha vuelto para quedarse. Los analistas prevén que se normalice en torno al 20%, que fue la media histórica de la renta variable. Aumenta la posibilidad de pérdidas; aumenta la de ganancias. El mercado actuará ahora con más incertidumbre de la que acostumbraba. Más agreste, el parqué se articulará en torno a fluctuaciones escarpadas. La Bolsa pendulará.

El desconcierto de otoño puede agravar esta rudeza. El verano ha arrojado un escenario que plantea nuevos retos a medio plazo: alta volatilidad, escasa visibilidad y en el retrovisor, siempre al acecho, un efecto subprime cuyas nuevas sacudidas pueden redefinir los parqués.

Deuda estatal como refugio antirriesgo

El efecto subprime se tradujo en una huida del riesgo por parte de los inversores. Esta desbandada provocó en algunos casos la suspensión de la cotización de fondos de alto riesgo, como los gestionados por BNP Paribas.Para refugiarse, los inversores se dirigieron a los bonos estatales, de menor riesgo. Como consecuencia, los bonos estatales sufrieron una caída de la rentabilidad. El bono alemán, por ejemplo, pasó de una rentabilidad del 4,4% al 4.2%.

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