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Columna
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Prestigiar el éxito

La consolidación de la democracia y la entrada en la UE han permitido a España vivir un rápido proceso hacia la prosperidad, subraya el autor. Tras haber contagiado autoritarismo y contrarreforma tridentina, los españoles se han convertido, en su opinión, en agentes del cambio en América Latina

Los encuentros Santander-América Latina en el palacio de la Magdalena, dentro de los programas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, han examinado estos días el camino de una sociedad de clases medias que parece haber emprendido el continente. Sin la pretensión de aducir modelos, esta sexta edición ha examinado el itinerario español recorrido entre 1977 y 2007.

De compendiar tanto lo que hicimos como lo que evitamos se encargaron el miércoles Emilio Lamo de Espinosa, Luis de Guindos y Miguel Roca Junyent. Ayer jueves fue el turno del ex presidente chileno Ricardo Lagos, quien sometió al test de la realidad los liderazgos y transformaciones sociales de su país en el entorno latinoamericano donde se han producido. El caso de Chile volvió a dejar patente el poder de la inteligencia sintiente, como diría Xavier Zubiri, y concertada desde la concordia. Cuán distinta, por ejemplo, sería la suerte de Venezuela si la oposición al presidente Chaves hubiera sabido jugar con el talento, la lucidez y la renuncia al sectarismo de la chilena.

Además la ocasión del palacio de la Magdalena ha servido para presentar el volumen Cinco aproximaciones a Iberoamérica, donde se reúnen las ponencias presentadas por Francisco Luzón, máximo responsable de la División América del Santander, durante los cinco encuentros anteriores, celebrados a partir de 2002.

Todas esas aproximaciones comparten como hilo conductor un optimismo racional. Es decir, que cristalizan en un sistema antagónico al del entusiasmo fatalista, tan arraigado desde hace muchos decenios en y sobre América Latina. Los textos de Luzón confirman la decisión irrevocable de sentar las bases que permitan exorcizar los complejos de inferioridad, de romper la fruición del fracaso y de prestigiar el éxito al que puede llegarse con juego limpio si se consigue sumar al acierto de la planificación el trabajo bien hecho.

Sin presunciones se ha tratado de entender cómo durante los últimos 30 años España ha vivido un sorprendente proceso hacia la prosperidad. Un círculo virtuoso que ha permitido superar dificultades y sobresaltos. Con acierto subraya José Juan Ruiz en la introducción de este volumen dos hechos relevantes que contribuyen a explicar la trayectoria recorrida: la consolidación de la democracia y la conversión del país en un socio leal y activo de Europa.

La modernización del país ha ido de la mano de otros cambios como el de la internacionalización de su economía y la superación de tantos decaimientos que parecían asociados al carácter nacional de los españoles. El resultado es que se superaron los obstáculos tradicionales, se mejoró la dieta, se universalizó la educación -despensa y escuela que propugnaba Joaquín Costa- y como por ensalmo declinaron las polémicas esencialistas sobre incapacidades congénitas de la raza, que por otra parte se comprobó inexistente.

El mundo empezaba a quedar a nuestro alcance 30 años después de extinguirse el Nodo. Los españoles que llegaron a América con la espada en una mano y el Evangelio en la otra, siempre asistidos por los escribanos dispuestos a levantar acta, volvieron como emigrantes en busca de hacer fortuna y muchos de los mejores fueron acogidos después como transterrados cuando quedaron arrumbados por el viento de la derrota en la guerra civil.

Al otro lado se sucedieron las independencias nacionales de las que enseguida, 1810, conmemoraremos el bicentenario. Cundieron los recelos y las nostalgias. Vino el aislamiento de la dictadura franquista y con la recuperación de la democracia descubrimos nuestras afinidades y patrimonios compartidos, empezando por la lengua común que nuestros hermanos de América han llevado a las más altas cumbres. Instalados en la UE, dejamos de añorar la exclusiva del comercio con las Indias y de pensar que constituíamos el puente con Europa. Entonces empezamos a asumir la responsabilidad de ser el catalizador de la sensibilidad americana de la UE.

Después de haber contagiado al otro lado del Atlántico autoritarismo y contrarreforma tridentina, incluida la declarada aversión al dinero, excepto al heredado por disposición inescrutable de la providencia, los españoles de la democracia se han convertido en apóstoles de la modernidad, han licitado para la prestación de los servicios públicos que se privatizaban, han invertido con ánimo de permanecer en el continente y se han convertido en agentes del cambio. Han dejado de comportarse como americanistas deseosos de experimentar en América lo mismo que abominan para Europa y han comprendido el daño de esos experimentos que España padeció por inducción de los hispanistas.

En una atmósfera que prestigia el éxito, los reencuentros de Santander pueden ser una oportunidad de favorecer ese tejido necesario de relaciones personales y profesionales que presagian nuevas y más importantes aventuras comunes de españoles y latinoamericanos. Atentos.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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