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Columna
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Inmigración

Carlos Sebastián

Llegado el buen tiempo se intensifica el flujo de inmigrantes a las costas del sur de Europa (no sólo a las españolas). Se renueva la alarma sobre una cuestión que empieza a encontrarse entre las principales preocupaciones de los europeos.

Evitando entrar en la valoración de los sentimientos xenófobos que tiñen estas preocupaciones, comentaré algunas de las afirmaciones que se hacen sobre el fenómeno de la inmigración.

La ayuda financiera y tecnológica a los países de origen de los flujos migratorios reducirían la migración a Europa. . Esta afirmación es doblemente falsa. En primer lugar porque este tipo de ayuda tiene un impacto muy marginal sobre la evolución económica de los países subdesarrollados, ya que las causas de su estancamiento no son financieras ni de disponibilidad tecnológica. Están muy atrasados tecnológicamente, pero es debido a que sus ciudadanos carecen de incentivos (y de posibilidad) no ya para ser eficientes, sino ni siquiera para ser productivos. En segundo lugar, porque si se consiguiera impulsar el desarrollo desde el exterior (que apenas se puede), esto a corto y medio plazo incrementaría los flujos migratorios. Así ha sido en la historia de la migración.

Nada resultaría más positivo para los países subdesarrollados que una intensificación de la emigración a países desarrollados

Los inmigrantes roban puestos a los trabajadores domésticos. No hay ninguna evidencia de que esto sea cierto. Por el contrario, es bien posible que las actividades productivas que son intensificadas por la aportación de los trabajadores inmigrantes generen puestos de trabajo en otras actividades ocupadas por trabajadores domésticos. Estimaciones del Center for Global Development (CGD) apuntan a que en EE UU cada año aumentará la demanda de trabajadores no cualificados en unos 5 millones anuales. En Europa la cifra puede ser mucho mayor. Y los trabajadores domésticos tienen escasa preferencia por esos puestos y, además, aumentan en escaso número por el bajo crecimiento demográfico en los países desarrollados.

La inmigración reduce el salario real de los trabajadores. Parece cierto en lo que se refiere al trabajo no cualificado, pero no en lo concerniente a los salarios de cualificaciones mayores. La cuestión que habría que plantearse es si algunas actividades productivas que se realizan con trabajadores inmigrantes tendrían lugar si se les pagase (a ellos o a trabajadores domésticos) salarios más altos. Y si estas actividades no se llevaran a cabo se reduciría el empleo derivado en otras actividades.

Un flujo sostenido de inmigrantes acabaría minando las bases del Estado del bienestar de los países europeos. Es especulativo, pero puede ser cierto. En épocas de bonanza económica el creciente empleo de los inmigrantes paga los mayores gastos sociales . ¿Pero que ocurre si la coyuntura cambia de signo? ¿Qué ocurre a largo plazo cuando la población inmigrante acelera su crecimiento por la reunificación familiar y por nacimientos? Es cierto que, para facilitar su mejor integración y por su bajo nivel de renta, el gasto social per cápita es (o debería ser) mayor para la población inmigrante que para la nativa, pero también que en un auge económico su tasa de ocupación es mayor, por lo que en ese escenario el saldo fiscal puede ser positivo.

Si uno tiene que pronunciarse racionalmente sobre si se debe favorecer o entorpecer (aún más) la inmigración, debería hacer un balance de sus consecuencias, computando sus efectos sobre los países de origen y sobre los países de destino.

Respecto a los países de origen, algunos pensamos que nada resultaría más positivo para los países subdesarrollados que una intensificación de la emigración a países desarrollados. Las remesas que fluyen a las familias de esos países (no a sus Gobiernos), pueden tener un efecto apreciable sobre su nivel de consumo y de ahorro. El CGD estima que por cada 3% de la población activa de los países de la OCDE ocupado por inmigrantes, los países de origen recibirían anualmente en remesas cinco veces más que el total de la ayuda anual al desarrollo. Y ese flujo iría directamente a las familias de los inmigrantes. Por otra parte, el retorno de los trabajadores con experiencia laboral y profesional (con otras cualificaciones y otros códigos de conducta) puede impulsar la actividad económica en esos países.

Respecto a los países receptores, en un contexto expansivo las economías europeas podrían recibir un número mayor de inmigrantes, con efectos positivos, contribuyendo apreciablemente a su crecimiento como ha ocurrido en España en los últimos diez años. En los periodos recesivos pueden surgir problemas, por el déficit financiero de los sistemas asistenciales. Y en esos periodos, además, los sentimientos contra los extranjeros se agudizan.

Las democracias occidentales tienen que decidir sobre la cuestión migratoria. Pero lo deberían hacer desde proposiciones suficientemente probadas. Y no desde tópicos utilizados como excusas para sus temores. Cómo dice Serrat, 'el miedo nunca es inocente'.

Carlos Sebastián. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad Complutense

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