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Columna
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El talento y su gestión

Se valora lo que es escaso y deseable. El talento es una de esas raras cualidades que sorprenden, pero que son difíciles de detectar porque uno de los rasgos de quienes lo tienen es la humildad, que es discreta y, a veces, se acompaña de auténtico desconocimiento de la capacidad que se posee, por lo que ni se exhibe ni se usa plenamente, con lo que puede pasar desapercibido. El rasgo diferencial que aporta es una visión diferente a la habitual, que aclara un problema, sugiere soluciones viables o señala los vínculos entre diferentes situaciones, que detecta implicaciones ignoradas o es capaz de trasladar enfoques de un ámbito a otro.

El talento tiene una dimensión práctica en cuanto que es capaz de plantear adecuadamente los problemas habituales y los resuelve, ayuda a mejorar la eficiencia, es capaz de desplazar el conocimiento de algo a otras aplicaciones y, especialmente, porque sugiere hacer cosas nuevas y se plantea problemas inéditos. En la vida laboral las actividades pueden agruparse, grosso modo, en tres apartados. El de menor relieve es el de realizar tareas rutinarias, por encima está la solución de las incidencias que aparecen en esas tareas, y el de más relieve es el de decidir qué rutinas se abandonan y cuáles se incorporan a la tarea cotidiana y de qué modo lo hacen. El talento se relaciona con el cambio y la innovación, los anticipa, los concibe, ayuda a materializarlos y rehace todas las actividades.

El origen del talento está en condiciones innatas, en el hábito de la reflexión ordenada, en la formación, en la experiencia asumida y comprendida, en la imaginación, en el esfuerzo y en la combinación apropiada de lo anterior que, en general, se refuerza con la capacidad de trabajo, la determinación y la perseverancia. Lo que le mueve suele ser algo intrínseco, la posibilidad de desplegar el potencial que atesora, la capacidad de dar vida a ideas y proyectos sacando lo mejor de cuanto lleva dentro. De ahí deriva, por una parte, la creatividad, la eficacia, el éxito y el beneficio que aporta al entorno al que sirve y, por otra parte y sobre todo en la vida empresarial, la conveniencia de descubrirlo, potenciarlo y utilizarlo debidamente para marcar diferencias frente a la competencia, mejorar la satisfacción de los clientes, ganar eficiencia y seguridad.

Para detectar el talento hay herramientas y actitudes. Entre las primeras está la petición y el incentivo a las sugerencias de mejora, la detección de los circuitos de transmisión de información y su alimentación con publicaciones, propuestas de asistir a cursos, conferencias y congresos, la creación de grupos de reflexión, etcétera. Y entre las segundas, la capacidad de escuchar y la habilidad de preguntar. Las personas que, tras la vida académica, siguen al día de los avances en su área de conocimiento y transmiten esa información actúan como filtros y transmisores -gate keepers para los especialistas- de información útil para la reflexión de quienes son sensibles al valor de esos conocimientos y tienen capacidad de aplicarlos a actividades útiles.

Para motivar al talento basta con reconocerlo y facilitar que pueda desplegar su potencial en lo que le gusta, sea aportándole recursos apropiados o pidiendo que use esa capacidad. Se dice que para atraerlo y retenerlo es básico que la empresa actúe sobre criterios éticos codificados. Puede que sea así, pero la motivación del genio es intrínseca y las personas clave saben que lo son, por lo que dependen más de sí mismas que de algunas características de su entorno, con lo que en este aspecto son como las demás pero con la diferencia de que si se las atrae por su mérito intelectual son más propensas a tomar decisiones en función de posproyectos en presencia que de la organización que los soporta, así, no es raro que se nieguen a firmar códigos de conducta que ya comparten y aplican pero cuya formalización deploran.

La información y el empuje que da el talento son mejores cuando se difunden y comparten. Las personas que lo tienen son propensas a transmitirlo, entre otras cosas porque saben que seguirán teniendo ideas originales sobre muchas cosas. Por el contrario, quien escatima explicaciones suele esconder soluciones que no ha creado y que, cree, le hacen imprescindible. Lo que se hace es importante pero en un mundo abierto cuenta igual lo que se aprende y lo que se enseña, que es lo que permite multiplicar su incidencia a un coste muy bajo. El talento marca la diferencia, sea en el deporte o en la competencia, es lo que rompe el equilibrio y aporta ventajas competitivas que, si se comparten en equipos eficientes, son fuente de progreso y satisfacción de quienes los forman. Un componente clave del talento gerencial es detectar esa excelencia en cualquier parte y sacarle partido. Dice el refrán que no hay enemigo pequeño y eso se puede mejorar añadiendo que tampoco hay amigo pequeño, y éste puede estar en cualquier parte de la empresa.

Joaquín Trigo. Director ejecutivo de Fomento del Trabajo Nacional

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