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Columna
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La 'grandeur' en crisis

Carlos Sebastián

Nicolas Sarkozy acaba de tomar posesión como presidente de la República Francesa. Tanto de sus primeras declaraciones, como de las expectativas que se han creado en algunos medios internacionales, parecer tener asignada la tarea de liderar un cambio en la sociedad y economía francesas. ¿Es necesario un cambio significativo? ¿Resulta probable que lo lleve a cabo?

Los sociólogos afirman que Francia está sumida en un cierta crisis identitaria. Los economistas comprobamos que la economía francesa está experimentando un retraso relativo. Hace 25 años su renta per cápita era la séptima del mundo y hoy ocupa el puesto 17. Pese a que sigue teniendo empresas líderes en algunos sectores importantes, Francia parece estar perdiendo peso tecnológico de forma apreciable. Y eso que aún tiene un sistema científico-técnico mejor que muchos otros países. De los datos de la Executive Opinión Survey (EOS) del World Economic Forum (WEF) se obtiene (basándose en las opiniones de los empresarios sobre la calidad de los centros científicos y la disponibilidad de ingenieros y científicos) que Francia se encuentra en la novena plaza de la OCDE y la undécima del mundo por calidad del sistema científico-técnico. Pero en otro informe más reciente del WEF sobre las Tecnologías de la Información Francia ocupa el puesto 23 (el 18 entre los de la OCDE). Eso es coherente con otra información contenida en la EOS según la cual las empresas francesas tienen una disponibilidad a la absorción de nuevas tecnologías relativamente baja (ocupa en este aspecto el puesto 34 en el mundo y el 21 entre los países de la OCDE).

En Francia la Administración pública funciona mal y los empresarios la perciben como una restricción muy relevante. Más que en la mayoría de los países de la OCDE, pese a que la calidad de las infraestructuras es relativamente alta. Los sindicatos, con muy baja filiación en el sector privado, tienen mucha fuerza, especialmente en los servicios públicos. Las normas y prácticas laborales son de las más restrictivas del mundo. Y las intervenciones en los mercados de bienes y servicios son mayores que en otros países y más gravosas de lo que la necesaria regulación parece legitimar.

La economía francesa está experimentando un retraso relativo. Todo parece apuntar a la necesidad de un cambio que la dinamice

Todo parece apuntar a la necesidad de un cambio que dinamice la economía francesa. ¿Cómo? ¿Una acción a la Thatcher, cómo se ha sugerido? No se puede dejar de reconocer que los gobiernos Thatcher, pese a algunos excesos, contribuyeron poderosamente a dinamizar la economía británica. ¿Pero es viable ese tipo de política hoy en Francia? Tengo serias dudas. No creo que haya muchas similitudes entre la opinión y sensibilidad de la sociedad británica a finales de los setenta y las de la sociedad francesa actual. En el Reino Unido había entonces un deseo generalizado de cambio y de un cambio, más o menos, en la dirección que emprendió la señora Thatcher. En Francia parece haber hoy sensación de crisis e inseguridad, pero no de cambio y mucho menos de su dirección.

La Encuesta Europea de Valores (1999) proporciona alguna información interesante sobre lo que piensan los ciudadanos europeos sobre muy distintos aspectos. En lo referido a Francia, los franceses revelan tener una bajísima confianza interpersonal (sólo el 21% manifiesta confiar en sus conciudadanos) y una confianza media baja en el funcionamiento de la Administración y en el del Sistema Judicial. Si los ciudadanos de un país apenas confían en sus conciudadanos y tienen una confianza relativamente baja en la Administración Pública y en la Justicia, su percepción del riesgo será más elevada.

Por otra parte, las opiniones de los franceses sobresalen muy notablemente por su grado de tolerancia con las conductas irregulares. El 19% de los franceses justifica el cobro ilegítimo de ayudas gubernamentales, el 17% el engaño en los impuestos y el 8% justifica la aceptación de sobornos. La tolerancia con las irregularidades y la existencia de una proporción de ciudadanos que no les parece mal la violación de normas económicas no constituyen un buen contexto para la eficiencia económica.

Menos de la mitad de los franceses muestran satisfacción con su trabajo y manifiestan valorar relativamente poco que el puesto de trabajo les permita desarrollar su propia iniciativa. Los franceses son los que expresan menor valoración de los efectos positivos de la competencia y los que muestran menor desacuerdo con la afirmación de que la gente no debería tener que trabajar si no lo desea. El conjunto de opiniones sobre la actividad laboral pone de manifiesto una actitud poco propicia (al menos, no tan propicia como en otros países) al esfuerzo para mejorar la generación de rentas y la calidad del entorno productivo.

En este contexto, liderar un cambio profundo es aún más difícil. En primer lugar porque es más complicado hacer un buen diagnóstico y, en segundo lugar, porque es más difícil obtener apoyo social para el cambio.

Carlos Sebastián. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad Complutense

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