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Columna
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¿No hay cosas mejores en qué pensar?

El 25 de marzo pasado se cumplieron los 50 años de la firma, por los seis países fundadores, del llamado Tratado de Roma, que dio carta de naturaleza a la Comunidad Económica Europea (hoy UE). Aprovechando que el viento sopla a favor de la mayor economía europea, la canciller Angela Merkel, presidenta en ejercicio de la organización que ahora engloba nada menos que a 27 Estados, promovió una declaración pomposa que poco o nada sirve al objetivo de sacar a la UE del marasmo en que está sumida. La declaración consta de tres apartados que van precedidos de una introducción que reúne casi todos los lugares comunes que desde hace años vienen repitiendo los defensores orgánicos del actual entramado institucional que es la UE ('idea, esperanza de paz y entendimiento', ' los ciudadanos y ciudadanas de la UE estamos unidos').

Pero es en los apartados segundo y tercero donde se hace referencia a los problemas que la UE parece ser incapaz de encarar resueltamente. Se califica, por ejemplo, de gran desafío el 'amoldar nuestros valores a la creciente interdependencia mundial y (...) a la intensa competencia que reina en los mercados internacionales', se proclama la lucha contra 'el terrorismo, la delincuencia organizada y la inmigración ilegal' y se afirma que la UE desea 'promover en el mundo la libertad y el desarrollo (...) y llevar juntos la iniciativa en política energética y protección del clima'. ¿Cómo?, muy sencillo -al menos eso les parece a los redactores de la proclama- 'adaptando la estructura política de Europa a la evolución de los tiempos' y dotándola de fundamentos comunes renovados de aquí a las elecciones al Parlamento Europeo de 2009.

Ha de reconocerse que como brindis al sol no está mal. Veamos ahora algunas opiniones del respetable. Para ello resulta útil recurrir a una encuesta elaborada por FT/Harris y publicada el 18 de marzo. La encuesta se realizó entre 6.772 personas mayores de 16 años en España (1.000), Italia (1.053), Francia (1.088), Alemania (1.109), Gran Bretaña (1.128) y EE UU (1.394) a las cuales se les planteó una serie de cuestiones relativas a la UE, su funcionamiento y objetivos. Entresaco algunas respuestas que me parecieron significativas. Así, para el 31% la UE equivalía a mercado único, para el 20% a burocracia y para el 9% a democracia. Cuando los encuestados manifestaban sus deseos sobre los futuros objetivos de la Unión, el 72% se inclinaba por la lucha por mejorar el medio ambiente, el 69% se preocupaba por el futuro de la energía, el 67% por la lucha contra el crimen y el 64% por la seguridad. Curiosamente, casi idéntico porcentaje de respuestas -un 38% y 39%- se manifestaba a favor y en contra, respectivamente, de la existencia de un ejército europeo. Por último, el 41% de los encuestados afirmaba que el Reino Unido era el país europeo más influyente, seguido por Alemania con un 25% y Francia un 15%. ¡Quién lo iba a decir!

Hasta aquí 'nada nuevo bajo el sol', como afirmaba El Eclesiastés. Pero, por desgracia, la canciller Merkel parece convencida de que la UE no puede acometer futuros retos -en especial el de su continua ampliación- sin contar con una Constitución.

Y en este punto concreto casi todos los indicios apuntan a lo contrario pues no sólo influyentes países como Gran Bretaña, Francia, Holanda y Suecia (secundados por otros pesos ligeros como Polonia y la República Checa) se oponen más o menos abiertamente a resucitar el indigesto texto elaborado por el señor Giscard y Cía, sino que, además, la mayoría de los europeos no parecen preocupados por la Constitución y sí por otros motivos: la falta de criterios claros para proseguir o no la ampliación, amén del deseo de que las instituciones comunitarias fomenten una mayor seguridad ante las amenazas exteriores e interiores, la continuidad del crecimiento económico y la seguridad del disfrute cuando menos del actual nivel de bienestar social. Y para eso no se precisa una Constitución.

No pocas de las reformas urgentes -por ejemplo, una presidencia de la Unión que no cambie cada semestre, un único representante exterior o una Comisión más eficaz- podrían alcanzarse con soluciones menos aparatosas y controvertidas. A lograrlo es a lo que Merkel y los próximos presidentes de turno en la UE deberían dedicarse, recordando el consejo de maese Pedro y dejándose de dibujos hueros.

Raimundo Ortega. Economista

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