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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las oportunidades del crecimiento

La economía española ha ventilado el ejercicio 2006 con un crecimiento real del 3,9% y ha arrancado 2007 con el mismo comportamiento acelerado de finales del año pasado. El decimocuarto año ininterrumpido de vigor puede batir las mejores previsiones del Gobierno y mantenerse en una velocidad de crucero del 4%.

El saldo tan generoso de los últimos años, en el que el carburante fundamental del motor del crecimiento ha sido la soberbia reducción del coste de financiación de la actividad que ha proporcionado la entrada en la Unión Monetaria, ha transformado la estructura productiva del país. Las familias primero y las empresas después, se han embarcado en una aventura de inversión que sería imposible con tipos de interés de dos dígitos, y que ha colocado a la española entre las economías más dinámicas de Europa.

Pero este comportamiento ha generado sus propios desequilibrios: España tiene uno de los déficit por cuenta corriente más elevados del mundo, con una necesidad de financiación muy alta, y unos niveles de deuda de los actores económicos desconocidos, aunque su situación patrimonial compense sobradamente el desfase financiero.

Además, los excesos de la inversión y su exagerada concentración en activos inmobiliarios han transformado el modelo de crecimiento hasta hacerlo insostenible en el largo plazo. Todo observador con un análisis mínimamente crítico concluye que debe intensificarse el esfuerzo inversor hacia la educación y la tecnología para recomponer la maltrecha productividad, y para que las manufacturas y actividades de alto valor añadido recuperen el terreno cedido a actividades con menos recorrido productivo, como las inmobiliarias, pero que absorben una ingente cantidad de recursos.

El ejercicio 2006 ha registrado un pequeño giro en el tránsito del modelo productivo. La construcción cede ligeramente en su impulso en favor de la inversión en equipo, aunque el año cerró con un gasto en la primera que casi triplica el de equipamiento. Además, la demanda externa, pese a haber perdido posiciones competitivas en el mercado global, empieza a tomar el relevo de la demanda nacional, aunque de manera muy tímida. A pesar de todo, la diferencia entre las ventas y las compras al exterior supone un déficit de casi el 10% del PIB, tasa desconocida en la OCDE. En la parte pasiva del balance, hay que destacar que el deflactor del producto, que da la medida más atinada de la pérdida de competitividad comparada con nuestros pares, sigue muy por encima del 3%, aún muy condicionado por el factor energético, y que los costes laborales unitarios avanzan un 2,7%, por encima de los competidores.

Los buenos datos del crecimiento no deben impedir ver la necesidad de correcciones importantes en el modelo, para hacerlo más longevo y menos vulnerable a hipotéticas crisis económicas. La autocomplacencia es un anestésico peligroso del que siempre han abusado en España administradores y administrados cuando el viento sopla a favor. Pero estas situaciones deben aprovecharse para enmendar los obstáculos al crecimiento en todos los mercados y liquidar los comportamientos cuasi monopolísticos existentes.

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