¿Ha sido el pasado año tan bueno como lo pintan?
El autor sostiene que los analistas y los responsables políticos han hecho del pasado ejercicio un balance de color rosado que va de favorable a brillante. En su opinión, con ser un año de carácter excepcional, no es oro todo lo que reluce.
Faltan todavía datos de la economía española en el tercer trimestre de 2006, pero ello no ha impedido que los analistas y responsables políticos hayan hecho un balance apresurado del mismo. No se ha llegado a calificarlo de annus mirabilis pero ha faltado poco pues los juicios tienen un tono rosado que va de favorable a brillante.
Un crecimiento del 4% en que se estima el de ese año, tras un periodo de expansión que es el más largo de la historia económica reciente, es algo realmente excepcional. Como lo es que, contrariamente a lo que cabría esperar, el aumento de los precios al consumo (2,7%) haya sido el más bajo de los últimos tres años. Y ya para colmo el saldo de las cuentas públicas se consolida en un apreciable superávit jamás conocido con anterioridad.
Si unos marcianos, economistas naturalmente, viniesen a visitarnos después de una larga ausencia pensarían que las leyes de la economía han sido modificadas de arriba abajo. Recordarían que antes el desequilibrio corriente exterior pronto ponía fin a los periodos de expansión, pero ahora el enorme y creciente déficit corriente exterior es totalmente inocuo.
Estos avisados marcianos pronto se habrían percatado, sin embargo, de que no es oro todo lo que reluce en el 2006: la economía seguía sufriendo los males que desde hace tiempo la vienen aquejando.
Para empezar habrían visto que el aumento del IPC, correctamente medido, es decir, por la variación de la media anual (3,6%) ya no muestra mejora alguna, sino que supera ligeramente el de 2005. Pero lo más significativo es que ocurre lo mismo con la inflación subyacente y con los precios industriales, excluida la energía, con el consiguiente deterioro de la ya debilitada competitividad exterior.
Solamente por este decepcionante comportamiento de los precios y sus nocivos efectos sobre la competitividad habría que matizar algunos juicios hechos sobre 2006 por dos razones. Porque es imposible que el déficit exterior pueda seguir creciendo como hasta ahora y porque el relevo al motor actual de la economía sólo podrá venir del sector exterior que de momento no es nada prometedor.
Pero hay otro elemento tan importante o más a la hora de valorar debidamente los resultados de 2006: la productividad, que con un crecimiento de orden probablemente del 0,7 % en ese año da muestras de seguir en el letargo estructural en que está sumida hace años. No hay en efecto mejor indicador de las perspectivas económicas a largo plazo que la productividad, palabra sencilla, pero elusiva en su análisis y en la receta de política económica porque en último extremo engloba toda la cultura económica de un país: sus tecnologías, la formación y motivación de los trabajadores, el espíritu de empresa, las políticas públicas, los mercados financieros. Todo cuenta y se relaciona entre sí.
Una de las estrellas de la economía en 2006 ha sido el notable superávit de las cuentas públicas, pero su brillo se puede apagar si fuese simplemente la consecuencia de un crecimiento económico superior al potencial. Es decir, sería una situación coyuntural destinada a invertirse cuando la economía retome, como es inevitable, la senda del potencial.
Los servicios de la Comisión Europea han estimado el crecimiento potencial de los países miembros para una serie de años aplicando dos métodos. Con la clásica función de producción (Documento de Trabajo número 247 de 2006) el potencial estimado para España en 2006 ha sido el 3,4%, con una contribución del stock de capital netamente superior a la del resto de los países. Como en la metodología aplicada no se elimina el componente coyuntural del stock de capital es muy probable que el potencial esté sobrevalorado por la fuerte inversión en construcción.
Utilizando el crecimiento tendencial de la economía con el filtro Hendrick-Prescott eliminando el sesgo de los puntos finales, el potencial estimado es prácticamente igual o ligeramente superior para todos los países. Por el contrario, para España y según el método utilizado para estimar la productividad total de los factores da un potencial en 2006 que varía entre 1,8% y 2,5%, que probablemente se acercan más a la realidad.
La construcción ha impulsado la economía en 2006, pero ha dejado como contrapartida un nivel de deuda de las familias en récord histórico. Es cierto que la riqueza en activos financieros y en valor de las viviendas supera ampliamente la deuda de las familias, pero parece lógico pensar que la inmensa mayoría de los deudores hipotecarios no tienen activos financieros que los respalden.
Si como parece probable el tipo de interés sigue subiendo, la situación financiera de las familias podría verse comprometida y dado su bajo nivel de ahorro la demanda de consumo se vería seriamente afectada. Y no se diga si la tendencia a la desaceleración de los precios de las viviendas se transforma en caída, como ya ocurre al otro lado del Atlántico. Pero entonces las familias no serían las únicas afectadas.
Anselmo Calleja. Economista y estadístico