La música, la mirada y la opa
Escribe Gonçalo M. Tavares en su novela Un hombre: Klaus Klump que la música es una señal de la humillación, que si quien ha llegado impone su música es porque el mundo ha cambiado y, de ahí, que mañana podamos ser extranjeros en el lugar que antes era nuestra casa. Porque ocupan nuestra casa cuando ponen otra música. Así ha sucedido siempre en los golpes de Estado cuando las fuerzas de uniforme toman las emisoras y proceden a sustituir la entera programación por marchas militares.
Para nuestro autor cada pueblo tiene derecho a su música y al silencio. Tiene derecho a decidir de qué modo quiere interrumpir el silencio. Derecho a elegir qué sonidos quiere: qué palabra y qué nota musical. Pero nos advierte asustado que no hay silencios populares. Frente a tan radical afirmación cabría aducir el silencio de las procesiones o la música callada del toreo de la que escribió nuestro José Bergamín en honor del maestro Rafael de Paula. De esta cuestión de las músicas populares podríamos derivar hacia las músicas patrióticas que alcanzan hasta los himnos nacionales.
El nuestro, La marcha real, afortunadamente carece de letra que lo haga cantable. Lo cual nos salva de las ridiculeces que otros entonan llenos de solemnidad. Porque, ¡fuera masoquismos!, Asturias patria querida, himno del Principado, es de lo más digno que se despacha. Al estudio de los himnos dedicó un volumen el profesor Francisco Bobillo en el que resaltaba su condición de sonajero para adormecer a pueblos infantilizados. Por fortuna en las antípodas de esta patología cabría mencionar el Himno a la Alegría de Beethoven, que ha sido elegido como himno de la Unión Europea. Digamos que ni el himno ni la bandera de la UE han sido impuestos a nadie sino adoptados por todos los países que se han ido adhiriendo sucesivamente. Esta cuestión de los símbolos -bandera, himno, divisa, moneda y fiesta- figura en el artículo I-8 del Tratado por el que se establece una Constitución para Europa.
Cuando nos desplazan de nuestros propios lugares enseguida suenan allí otros sonidos
Cuando nos desplazan de nuestros propios lugares enseguida suenan allí otros sonidos. Porque, volviendo a Tavares, los lugares cambian de sonidos según las personas. Si se instalan hablantes de otra lengua sobre un lugar, ese lugar cambia: son los sonidos lo que mejor definen un lugar. Afirma nuestro autor que hasta las mujeres cambian de sonidos según los hombres que tienen. Mientras tanto, está pendiente un estudio sobre los cambios que se han producido, por ejemplo, en los acuartelamientos militares tras la eliminación de los toques de corneta y la práctica desaparición de las bandas de música de las unidades.
Recuerdo un viaje a Irak con el ministro de Defensa de la época, Federico Trillo, para visitar nuestras unidades en las bases de Diwaniya y Nayaf. Qué impresión aquella llegada en helicóptero dentro del cual hubimos de permanecer unos minutos hasta que se disipara la polvareda levantada con las aspas en un terreno que no había sido regado. Pero, sobre todo, la voz del cabo que mandaba el pelotón de castigo de la Legión encargado de rendir honores al ministro, sin más apoyo musical que un cornetín.
También habría que ocuparse de estudiar los efectos de la música invasora que nos mantiene 24 horas sobre 24 conectados al hilo musical, como sonido de fondo carente de sentido. Luego están, cada vez más, los acontecimientos con banda sonora original, un sistema que se ha incorporado a las exposiciones. Pero todavía hay lugares donde por respeto a la música se mantiene el silencio. Ese es el caso de la maravilla colgada en el Museo Thyssen y en la sala de Caja Madrid bajo el título El espejo y la máscara. El retrato en el siglo de Picasso, exposición que ha comisariado Paloma Alarcó.
Un verdadero festín para nuestro amigo el doctor Gustavo Leoz que debería proseguir ahora su estudio sobre la mirada y su riqueza expresiva y llevar a cabo ese diccionario prometido que va de la mirada recta y la de través, a la mirada prensil, la indiferente, la intensa, la vaga, la voluptuosa, la reflexiva, la clara o la turbia. La exposición nos ofrece la posibilidad de mirar esos rostros retratados y, como dice el doctor Leoz, encontrar en cada uno de ellos 'el resplandor de una situación anímica que asoma por los ojos, que asoma sin quererlo, sin pensarlo; mirar un rostro y ver esa luz que no sabemos exactamente dónde está, pero que indudablemente está allí para mostrarnos lo que exactamente quiere decirnos una persona o lo que precisamente desearía callarse'. La opa de Eon sobre Endesa suena de otra forma. Impasible el alemán. Presentes en nuestro afán. Que Dios reparta plusvalías.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista