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Columna
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El rey desnudo

Haciendo gala de un optimismo antropológico el Gobierno ha enviado a Bruselas un Programa de Estabilidad para el cuatrienio 2006-2009 que aventura un crecimiento económico elevado (un 3,4%) que sostendrá una creación de empleo cercana al medio millón de personas durante el próximo ejercicio.

Cierto que se señalan algunos rasgos cautelares -seguirá incrementándose el desequilibrio exterior y los avances en la productividad serán modestos- lo cual no obsta para que el sector público mantenga la estabilidad a que nos tiene últimamente acostumbrados, vaticinándose un superávit en torno al 1% del PIB al finalizar 2007. En resumen, buenas noticias aun cuando a uno le quede la sospecha que en este tipo de ejercicios de previsión económica al final acaban pesando demasiado ciertos elementos tendenciales conducentes a primar lo sucedido en el pasado más inmediato en perjuicio de modelos en los cuales se tengan en cuenta escenarios que incorporen cambios en los supuestos o impongan criterios de coherencia más estrictos entre los conjuntos de variables reales y financieras.

El propio Programa se ve forzado a señalar algunos de los puntos débiles de sus previsiones: se nos dice que el crecimientos 'descansa' casi exclusivamente en la fortaleza de la demanda interna -es decir, en el consumo privado y en la inversión- habida cuenta de la continuidad en los efectos beneficiosos de la inmigración, el aumento de la tasa de actividad femenina y el mantenimiento de los tipos de interés en un nivel relativamente bajo; por el contrario la balanza comercial empeorará entre otras razones porque la fortaleza del euro perjudicará nuestras ventas en el exterior. También se resalta que a pesar de los menores ingresos consecuencia de la entrada en vigor de la reforma del IRPF España seguirá en el grupo de países privilegiados de la UE capaces de exhibir un superávit en sus cuentas públicas gracias al comportamiento del Estado y la Seguridad Social, aun cuando el proceso de descentralización hace que los Presupuestos del primero sean cada vez más 'residuales' y su tradicional misión de ser instrumento de política económica menos eficaz.

Como he advertido, la mayor debilidad de este tipo de ejercicios de futurología económica reside en su resistencia a tener en cuenta cambios en los supuestos básicos que los sustentan. Veamos algunos ejemplos. La pujanza del consumo privado ha sido debida a la creación de empleo, a los bajos tipos reales de interés -que simultáneamente facilitaban la inversión residencial y desincentivaban el ahorro- y al efecto riqueza ligado al incremento en el valor de las viviendas.

En cuanto a la inversión en construcción residencial, conocida es su sensibilidad a la variaciones en la renta bruta disponible de los hogares y a la tasa de paro. Pues bien, una moderación en la creación de empleo -por no mencionar el inicio de un proceso de destrucción del mismo- afectará rápidamente a la renta disponible de las familias y si viene acompañada, como es probable, de nuevas alzas en los tipos, condicionará la demanda de nuevas viviendas. El efecto conjunto, que desde luego no se sentirá inmediatamente habida cuenta de las rebajas previstas en el IRPF, puede restar fácilmente un punto porcentual a la tasa de crecimiento del PIB en la segunda mitad de 2007.

No hay que olvidar tampoco que la bonanza experimentada en los precios durante los últimos meses de 2006 ha sido debida al descenso del precio del petróleo. Pero se trata de una variable exógena muy dependiente de factores tan volátiles como las decisiones de los autócratas de la OPEP, los rumores de revueltas, huelgas o incluso fenómenos meteorológicos, que pueden rápidamente afectar a los mercados de futuros del crudo y elevar de nuevo el precio del barril por encima de los 70 dólares con la consiguiente reacción del BCE, temeroso de que el ritmo más vivo de inflación afecte al resto de las variables económicas, traducida en nuevas subidas de tipos de interés.

Quizá se arguya que la fortaleza de nuestra economía puede asimilar los efectos de tan desfavorable escenario pero es que, precisamente, lo dudoso es el grado real de fortaleza. No olvidemos, para empezar que tenemos el mayor déficit por cuenta corriente de los grandes países de la OCDE -y que en 2007 seguirá agrandándose- a lo que ha de añadirse la necesidad de financiación del país, que en 2003 suponía el 3% del PIB pero puede superar holgadamente el 8% el próximo año. Conjuntamente, las familias y las empresas no financieras españolas alcanzarán un grado de endeudamiento en 2007 que oscilará entre el 12,3% y el 12,5% de nuestro producto. Ahí reside, precisamente, nuestro talón de Aquiles, casi siempre olvidado en las previsiones gubernamentales pero , como bien dice un buen amigo, quienes nos observan desde el exterior pueden empezar a señalar que nuestros ropajes cada vez cubren menos nuestras desnudeces.

Raimundo Ortega. Economista

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