La economía del cambio climático
Anticipando, quizá, la reacción de los recalcitrantes, las conclusiones del informe del Stern Review on the Economics of Climate Change, presentado el 30 de octubre, vienen avaladas por destacados economistas independientes. Cuatro de ellos, galardonados con el Premio Nobel de Economía. A ellos se suman el director ejecutivo de la Agencia Internacional de la Energía y el presidente del Banco Mundial, entre otros.
El informe fue encargado hace algo más de un año por el ministro de Economía británico, Gordon Brown, a sir Nicholas Stern, antiguo economista jefe del Banco Mundial. Stern tenía el mandato de examinar las evidencias respecto a las consecuencias sociales, ambientales y económicas del cambio climático, tanto en países desarrollados como en desarrollo. También debía estudiar el coste-beneficio de distintas acciones encaminadas a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Por último, Stern debía ocuparse de analizar la efectividad y el impacto de políticas y programas nacionales e internacionales encaminados a combatir el cambio climático.
Tras el análisis anterior, Stern debía evaluar las distintas alternativas existentes para la transición de las economías actuales, intensivas en emisiones de gases de efecto invernadero, así como los diferentes arreglos institucionales necesarios para acometer tal transición.
Las conclusiones del Stern Review on the Economics of Climate Change dejan poco espacio a los escépticos: el cambio climático es un hecho. La evidencia científica que apoya tal afirmación es incontestable. Si nadie hace nada por impedirlo, el impacto del cambio climático sobre la economía mundial podría ser devastador. Podría provocar una reducción anual de entre el 5% y el 20% del PIB mundial. Un efecto, más pernicioso que el de las guerras mundiales.
Por el contrario, el coste de reducir las emisiones de gases causantes del cambio climático, evitando así sus peores consecuencias, vendría a suponer un 1% del PIB mundial. Un impacto notable, pero que no impediría a la economía mundial continuar creciendo de modo saludable.
Así, según se expone, cada tonelada emitida de CO2 estaría causando un daño equivalente a 85 dólares anuales. El problema reside en que dicho coste no está siendo tenido en cuenta cuando inversores y consumidores deciden qué hacer con su dinero. En la resolución de este fallo de mercado reside una de las claves para combatir el problema. Las otras, dice Stern, habría que buscarlas en políticas tecnológicas que impulsen el desarrollo de productos y tecnologías avanzadas, no intensivas en carbono, y en la promoción de la eficiencia energética.
Afortunadamente, el informe Stern no se limita describir un panorama apocalíptico. También ofrece zanahorias, poniendo de manifiesto las oportunidades que surgirán en el proceso de transición a economías menos generadoras de gases de efecto invernadero. Estima que el mercado de las tecnologías eficientes en carbono alcanzará, cuando menos, los 500.000 millones de euros en el año 2050. Una oportunidad, cuando menos, interesante. Ya hay quien se ha apresurado a tomar posiciones. Así, las conclusiones del informe Stern eran esperadas con especial atención en la City londinense, que en los últimos tiempos se ha convertido en un imán hacia el que convergen las iniciativas en materia de nuevas energías de todo el mundo.
Pequeñas compañías se acercan a Londres con la esperanza de conseguir financiación para sus proyectos de desarrollo de nuevas energías. Y la Bolsa de Londres, por supuesto, está encantada de recibirlas. Sin ir más lejos, el pasado 20 de octubre celebraba The New Energy Capital Markets Day, donde se ofrecía a compañías del sector de las nuevas energía, ya cotizadas o pendientes de comenzar a hacerlo, la posibilidad de mantener encuentros con inversores institucionales.
El sector ya empieza a hacerse notar en Londres. De acuerdo a los datos de la propia Bolsa, 53 compañías ya cotizan en el Alternative Investment Market londinense. Su valor de mercado ronda, todavía, los 10.000 millones de euros. Y el interés por ellas, y por las que siguen llegando, no hace más que crecer. Tal y como informaba Financial Times hace algunas semanas, Climate Change Capital, un banco de inversión británico, anunciaba la constitución de un fondo de 1.000 millones de euros para ser invertidos en compañías de nuevas energías.
En definitiva, en Londres parecen entender que el cambio climático no sólo ofrece promesas de caos económico. También trae la oportunidad de generar prosperidad, riqueza y miles de puestos de trabajo para aquellos que sepan dar con las soluciones tecnológicas que den respuesta al desafío. Y se han puesto manos a la obra. Aquí, quizá, también deberíamos pensar en ponernos a ello.
Ramón Pueyo Economista de KPMG Global Sustainability Services