_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Allegro ma non troppo'

Los últimos datos de la EPA son, sin duda alguna, espectaculares. El desempleo sigue bajando (lo hace desde el 8,53% de la población activa al 8,15%, si bien el número de desempleados sigue siendo el mismo que hace 12 meses), y la creación de empleo aumenta a una tasa del 3,67%, lo que supone un total de 704.600 empleos creados en el último año. Tanto en sí mismos como en la comparación europea, estos indicadores ponen de manifiesto el dinamismo y la fortaleza de nuestro mercado de trabajo. Las felicitaciones, por tanto, están más que justificadas. En algunos territorios se ha alcanzado prácticamente el pleno empleo, y se está también cerca del mismo para el empleo masculino en su conjunto (6,02% de desempleo masculino, frente al 11,11% del femenino).

Expresadas esas felicitaciones y dados todos los parabienes necesarios, hemos de preguntarnos sin embargo si existen sombras que reduzcan el brillo del panorama. No creo que debamos buscar sombras (tal y como están las cosas, un ejercicio de autoestima hasta se agradece), pero tampoco ignorar que existen algunas tendencias de fondo que no debemos perder de vista, precisamente para actuar en el sentido adecuado antes de que salten las señales de alarma.

En primer lugar, el empleo crece, pero disminuye su tasa de crecimiento, que pasa del 4,22% al 3,67%. Además, el empleo industrial no crece. Los aumentos se siguen produciendo en los servicios y en la construcción. Ello explica que la productividad aparente por trabajador siga bajando (el incremento del empleo es superior al del PIB): los fuertes incrementos de productividad del trabajo industrial provocan el estancamiento del empleo en el mismo y la concentración de los incrementos en sectores de baja productividad. Eso, entre otras cosas, hace más vulnerable el empleo creado frente a eventuales oscilaciones negativas de la coyuntura.

Por otra parte, el desempleo disminuye pero la tasa de empleo sigue siendo muy baja, y apenas crece. Y la atención que hay que prestar a la misma es, hoy día, tanta o mayor que la que merecen los indicadores de desempleo. Los objetivos europeos establecidos en la Cumbre de Lisboa fijaban una tasa de ocupación del 70% en 2010, porque se consideraba que ese era el umbral que permitiría asegurar el pleno empleo, la calidad del mismo y el mantenimiento de la cohesión social en Europa. Pues bien, estamos en el 58,44%, muy alejados del objetivo, sobre todo en lo que se refiere al empleo femenino (cuya tasa, del 47,83%, ha disminuido una décima y está lejos del 60% previsto en Lisboa; la tasa masculina, del 69,48%, ha aumentado en cuatro décimas).

Tenemos todavía un gran potencial humano inutilizado, por lo que siguen siendo necesarias políticas de atracción al mercado de trabajo de bolsas de inactividad significativas, particularmente femeninas. Es precisa una mayor participación en las actividades creadoras de riqueza si queremos garantizar la viabilidad del sistema de protección social y del propio Estado del bienestar.

En tercer lugar, el desempleo de los inmigrantes, si bien todavía contenido, debe comenzar a ser motivo de preocupación. Los trabajadores extranjeros tienen una tasa de ocupación muy elevada (del 77,05%, fácilmente explicable por la propia naturaleza del fenómeno migratorio), pero presentan ya una tasa de desempleo tres puntos superior a la de los españoles (10,85%, frente al 7,74%). La aportación al crecimiento y a la financiación de la Seguridad Social de la mano de obra inmigrante empieza a encontrar ya la contrapartida de un mayor disfrute de los beneficios sociales establecidos.

Por último, la temporalidad no cede. La tasa de temporalidad ha crecido dos décimas en el último trimestre, y se sitúa en el 34,59%. Es verdad que ha transcurrido poco tiempo desde la entrada en vigor de la última reforma laboral, pero sus efectos, si iban a ser los oficialmente proclamados, deberían haberse dejado notar ya en este trimestre. Y no cabe alegar que todavía esos efectos no se reflejan en la EPA. Si ésta detecta, como ha detectado, un fuerte incremento de la contratación indefinida, no tiene sentido felicitarse por ello y ponerlo en el haber de la reforma laboral, para luego alegar que la temporalidad no cae porque los efectos de la reforma no se reflejan en la EPA.

El tema es que el empleo indefinido ha crecido, pero también ha seguido creciendo con fuerza el empleo temporal, de forma tal que si de aquí a finales de año es previsible que el porcentaje de empleo fijo aumente a costa del temporal, dado el juego de incentivos a la contratación indefinida inicial y a la conversión de contratos temporales en indefinidos, a medio y a largo plazo no parece que vaya a producirse un vuelco en la situación. Las tendencias de fondo de nuestro mercado de trabajo, en lo que se refiere a la contratación, seguirán probablemente siendo las mismas.

En definitiva, tras felicitarnos, no debemos caer en la complacencia: las reformas siguen siendo necesarias y debemos estar abiertos a las mismas.

Federico Durán López. Catedrático de Derecho del Trabajo y socio de Garrigues

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_