La explosión del empleo en España
España ha creado casi siete millones de empleos desde 1996, una marca que sobrepasa los registros absolutos y relativos de cualquiera de las grandes economías de la Unión Europea. De hecho, España ha aportado uno de cada dos puestos de trabajo generados por el Viejo Continente en los últimos años, con avances que sistemáticamente han superado al propio crecimiento real del PIB.
La entrada en la zona euro desde su creación ha sido determinante para que España haya podido exhibir este comportamiento económico. Tras varias décadas de inestabilidad, con unos horizontes de corto plazo que no proporcionaban precisamente las mejores condiciones para la inversión, España ha encontrado el sosiego macroeconómico en el refugio de la moneda única, y ha generado una explosión de confianza e inversión en el largo plazo. El excesivo sesgo hacia la construcción de los flujos inversores, no obstante, empaña en parte el itinerario de la economía española. La construcción tiene un efecto gaseoso muy pronunciado, con crecimientos muy fuertes inicialmente, pero con poca consolidación de la actividad a futuro.
España ha sido capaz, además, de absorber cuatro millones de inmigrantes en los diez últimos años y de reducir el paro a la vez, lo que da una idea de la magnitud del crecimiento y de su intensidad en la generación de empleo. La aportación de los inmigrantes merece una atención especial. Su entrada masiva en el mercado de trabajo, especialmente en las franjas más bajas de la remuneración, ha aportado un abaratamiento del coste salarial que se ha convertido en uno de los motores del crecimiento económico, especialmente en el sector de la construcción. Es paradigmático que en la obra de soterramiento de la M-30, la vieja circunvalación de Madrid, prácticamente el 99% de los trabajadores manuales sean extranjeros inmigrados. No es fácil cuantificar qué reducción han producido en el coste laboral agregado los inmigrantes; pero la Seguridad Social admite que la base de cotización de estos trabajadores, lo más parecido y comparable a sus salarios, es casi un 30% más baja que la media de los trabajadores nativos.
Si tomamos tales datos al pie de la letra, debemos concluir que las demandas de nuevas reformas laborales, planteadas por los empresarios en los últimos años para mantener el crecimiento, la han hecho ya los inmigrantes con su aportación masiva al mercado de trabajo. En otras palabras: España ha aplicado la directiva de servicios, que tanto esfuerzo está costando a Europa, en sólo media docena de años: ha desarrollado infinidad de actividades, sobre todo en construcción, agricultura y servicios, al coste del país de origen.
Aunque hay que tener en cuenta que una cantidad nada despreciable del empleo ha aflorado, las políticas practicadas han sido las correctas, con sustanciales reducciones de los costes del trabajo para que la actividad productiva hiciese un mayor uso de tal factor de producción. Se han recortado las cotizaciones, se ha abaratado el despido, se han desfiscalizado las rentas laborales más modestas. Ha sido, sin duda, uno de los éxitos más visibles de una política económica acertada. Su pero, que también lo tiene y debe corregirse, es la preocupante pérdida de productividad.