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Columna
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Oportunidades y límites de la conciliación laboral

Una de las paradojas de la situación laboral reside en la simultaneidad entre la jornada laboral más reducida de la que hay constancia estadística y la insatisfacción por los límites que ésta impone a otras ocupaciones. Una primera respuesta sugiere la reducción en el valor que se asigna al trabajo frente a otras alternativas de uso del tiempo. En esta línea se podrían considerar muchas otras hipótesis igualmente difíciles de comprobar, por lo que es preferible considerar los cambios producidos en la última década y a partir de ahí aventurar explicaciones que orienten alguna actuación.

En la última década, en España, según cifras de la encuesta de población activa del INE, la población activa creció en 5 millones de personas, la población ocupada en 6,57 millones. Se perdieron 89.000 empleos en la agricultura, aumentaron en 684.000 en la industria, en 1,22 millones en construcción y en 4,81 millones en servicios. En el mismo periodo, el paro se redujo en 1,72 millones. Las cifras globales son elevadísimas pero la distribución es muy desigual según sexos. Así, la tasa de actividad (proporción de las personas en edad activa que están en el mercado de trabajo, sea ocupadas o buscando empleo) de los varones pasó del 78% al 82,2%, con un aumento del 5,38%, y la de las mujeres lo hizo desde el 47,1% al 59,1%, con un aumento porcentual de casi el 25,2%. De estos datos se puede derivar que la incorporación intensa y rápida de la mujer a la actividad laboral reduce la disponibilidad para la atención a las necesidades familiares. Como la familia amplia, en la que abuelos/as y tías/os podían ayudar, está en retirada, es fácil imaginar las dificultades de las nuevas familias.

Hay posibilidades de elección laboral que evidencian cierta adaptación a la situación familiar y laboral. Así, el aumento del empleo femenino a tiempo parcial que está en el 17,6% frente al 4,2% en los varones o la orientación hacia la ocupación en el sector público, más intensa en las mujeres, quizá porque en esta elección cuenta la duración de jornada, que para el total de asalariados está en 37,8 horas semanales efectivamente trabajadas en 2006, con 38,2 en el sector privado y 36 en el público, pero en éste las mujeres realizan una jornada efectiva de 34,6. Así, las mujeres que trabajan en el sector público representan el 22% del total de empleo asalariado femenino, mientras que los varones son el 15,1% del total de empleo asalariado masculino.

Una menor jornada trae menos ingreso, que reduce el gasto y, con él, también se frena el crecimiento y el empleo total

El problema de la atención familiar, cuando se generaliza, adquiere una dimensión social que obliga a cambiar pautas establecidas. Tanto la voluntad de usar los conocimientos adquiridos por las nuevas personas empleadas, como la aportación que hacen los nuevos empleos al crecimiento económico del país, justifican dedicar esfuerzos a conseguir la compatibilidad entre unas y otras actividades. La primera línea de actuación es la adecuación entre horarios escolares y laborales para facilitar la entrega y recogida de niños, lo que requiere la colaboración del personal docente. La segunda línea está en la proximidad entre centros escolares y actividades productivas. Otra actuación se orienta a la organización de accesos a núcleos de actividad económica, tales como los polígonos industriales. La cuarta es la búsqueda de reordenación de tiempos de trabajo compatibles con las actividades familiares. Este último es el objeto de la mayor presión simplemente porque la empresa ha demostrado en el pasado capacidad de adaptación al mercado, a la competencia, a la regulación y muchos otros cambios, pero de aquí no se deriva que puedan salir indemnes de cualquier otro ajuste, especialmente en una economía abierta como la actual.

La conciliación debe ser capaz de adaptarse sorteando seis dificultades: 1) la calidad y versatilidad de la oferta que realiza la competencia; 2) las expectativas y exigencias de la clientela; 3) el riesgo de comportamiento oportunista de los beneficiarios potenciales del cambio en la organización productiva; 4) el mal asesoramiento en el proceso de ajuste; 5) el mantenimiento del ingreso percibido, y 6) las restricciones técnicas impuestas por la naturaleza de la actividad (tales como los horarios de atención al público, la secuencia de las cadenas de producción, las atenciones de urgencia, los horarios de transporte, etcétera).

Las dificultades mencionadas son importantes, pero las dos últimas son más delicadas. La última es obvia y puede llegar al agravio comparativo cuando se piensa en desatención a los horarios de transporte aéreo, reducir la atención médica a cualquier hora o colapsar una cadena productiva. La penúltima, porque se tiende a pensar que se pueden trabajar menos horas sin reducción de ingresos, y con la productividad por hora que hay en España eso es imposible. Con menor jornada viene menos ingreso, que reduce el gasto y, con él, también se frena el crecimiento y el empleo total.

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