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Columna
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El Mundial, el crecimiento y otras cosas

Por primera vez en la historia de la Copa del Mundo de Fútbol todas las tierras firmes han estado representadas. Con la llegada de Australia también la Oceanía ha estado presente entre los equipos llegados a Alemania a para competir por la Copa del Mundo de 2006 organizada por la FIFA. Se llega así al límite de la representatividad, dado que el séptimo continente -la Antártida- no es probable que envíe un equipo a la próxima edición del torneo.

Cabe, pues, preguntarse a qué se debe este desmedido interés de las naciones del globo por competir en este torneo, que ha llevado el numero de participantes de los 13 países que compitieron en la primera copa en Uruguay en 1930 a los 198 que iniciaron las eliminatorias en ésta.

Una primera explicación podría ser que el tamaño del globo se ha reducido. En 1930 el tiempo necesario para llegar a Uruguay y el coste del viaje hicieron que de los 13 participantes sólo cuatro fuesen europeos. Pero también influyen de forma importante elementos extradeportivos que van desde el prestigio y los beneficios que se espera del éxito de un equipo nacional a las enormes sumas invertidas en estas manifestaciones deportivas por los promotores, la producción del material deportivo y los elevadísimos derechos de las retransmisiones televisivas.

Sin embargo, no hay que esperar del fútbol lo que no puede dar. Los buenos resultados de un equipo no han hecho brotar jamás la primavera económica de un país o sacado una región de la miseria. La prueba irrefutable la da Brasil, que por haber vencido cinco veces la Copa del Mundo debería dominar el concierto de las naciones y a la vista de las favelas no parece que lo vaya a conseguir en mucho tiempo.

Es cierto que el crecimiento de Alemania pasó del 7,4% a un 9,1% después de la victoria del Mundial en 1956, y que Inglaterra dobló el suyo tras vencer en 1966. Pero si en cinco casos (de los cuales Italia 1982, Argentina 1978 y Brasil 1970) se aceleró el crecimiento tras la victoria, hay otros tantos de signo contrario (Brasil 1958 y 1962, Alemania 1974 y 1990 y Argentina 1961). Y, para colmo, la famosa mano de Maradona que eliminó a Inglaterra en 1986 no impidió que el Reino Unido doblase su tipo de crecimiento el año siguiente.

Como resumen se puede decir que la victoria en el Mundial no cuenta para la marcha de la economía en su conjunto. En cambio sí parece que tiene efectos positivos la organización del campeonato, como en el caso de España en 1982, cuando contribuyó a sacar la economía de una pequeña recesión gracias a una aceleración de la demanda interna en más de 3,5 puntos porcentuales.

Asimismo, y según un estudio publicado en el Journal of Finance (Edmans, García y Norli), también tendría un efecto positivo sobre las cotizaciones en la Bolsa del país vencedor, pero al ser consecuencia de un optimismo momentáneo la subida sería reabsorbida en el giro de unas pocas sesiones.

El fútbol mundial, esa inmensa pirámide que tiene la FIFA en la cúspide, es uno de los vectores privilegiados para la difusión masiva de productos de la cultura deportiva con que los productores mundiales (Nike, Adidas, Puma, etcétera) inundan el planeta. A pesar de estos elementos extradeportivos, la magia del balón permanece gracias a la habilidad continuamente renovada de algunos artistas, sean brasileños, argentinos, italianos, españoles o de cualquier otra nacionalidad.

Además esta especie de liga de naciones futbolísticas consigue algo que es de celebrar en estos tiempos sobrados de tensiones internacionales: reunir con un fin deportivo todos los países del planeta, al tiempo que crea en todos ellos la unión política detrás de su bandera. Como caso emblemático habría que destacar por lo inusual el despliegue de banderas españolas (hasta la eliminación el pasado martes), sin supuestas motivaciones políticas partidistas, en el apoyo incondicional y masivo del equipo de España, verdadera realidad nacional.

Es difícil acertar cuál de los equipos todavía en liza ganará el 9 de julio. Pero hay otra clasificación más interesante que la que determinan las proezas de los hombres en pantalón corto corriendo detrás de un balón. Se puede hacer competir los 32 equipos finalistas en otra arena: el metro de medida sería el nivel de bienestar, y un conjunto de variables que recogen los aspectos sociales y espirituales de un país. Un diario económico italiano ha clasificado los países según estos criterios y el vencedor ha sido Suecia, y el último Togo, más o menos como era de esperar.

España, que ocupa el quinto puesto por sus resultados en anteriores campeonatos según la última clasificación de la FIFA, cayó al duodécimo puesto en esta anómala Copa. Y una vez más, y como era de temer, el equipo de España se quedó en el camino que llevaba a la Copa. Pero no ha pasado nada. Después del 9 de julio será bueno recordar que en la vida de las naciones hay otro torneos más importantes que ganar.

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