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Columna
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Las Bolsas avisan

Con el del pasado día 21 van tres los avisos que han lanzado con las correspondientes caídas los mercados bursátiles más importantes. Los índices se han estabilizado después con altibajos, pero para decidir correctamente si estas caídas son sólo un incidente de recorrido o un punto de inflexión destinado a durar, es preciso razonar sobre los fundamentos de la economía global y las contradicciones de las políticas económicas de los mayores países.

La alegría bolsista que llevó el índice de la Bolsa mundial al punto máximo alcanzado al final de la burbuja anterior parecía estar sólidamente basada en el fuerte y persistente aumento de los beneficios empresariales tanto en Europa como, y sobre todo, en Estados Unidos. En este país los beneficios por acción registraron un ritmo de aumento de dos dígitos en los últimos 10 trimestres, algo que no se conocía desde que se iniciaron estas series estadísticas.

La economía norteamericana daba, pues, aparentemente muestras de excelente salud al registrar además un fuerte crecimiento, pero en realidad estaba lastrada por graves desequilibrios que la hacían extremadamente vulnerable. Por la precariedad de los factores de impulsión a los que casi se les podría poner fecha de caducidad: la construcción y sobre todo un aumento frenético del consumo basado en una insostenible propensión negativa del ahorro de las familias. Pero sobre todo por unos crecientes déficits gemelos (corriente exterior y público) que alcanzaban en 2005 un máximo histórico.

Lo dicho sobre la economía norteamericana podría explicar también la evolución bursátil de la española. Los beneficios empresariales también han sido importantes en estos últimos tres años, a juzgar por el crecimiento del 15% anual del resultado operativo neto de las empresas según la Central de Balances del Banco de España. El ritmo de crecimiento no tiene que envidiar el del otro lado del Atlántico y adolece de los mismos defectos. La expansión se apoya igualmente en un monocultivo de construcción y consumo privado que están condenados a agotarse más pronto que tarde. La economía española sufre también de importantes déficits. Un déficit corriente exterior del 9% del PIB y, en vez de un déficit público como en EE UU, uno importante de productividad, más difícil y que lleva más tiempo de corregir que el público.

Pero ni los excepcionales beneficios empresariales ni el robusto crecimiento hubiesen llevado por sí solos los índices bursátiles a las vertiginosas alturas alcanzadas de no haber actuado un factor fundamental: una ilimitada liquidez que como un tsunami ha barrido por las economías del planeta.

Todo empezó cuando ante la falta de demanda de liquidez por parte de la banca comercial en una economía deprimida, el Banco del Japón la inyectó a un tipo de interés nulo. El resultado fue que ante la falta de demanda de créditos, la liquidez así creada salió al exterior y Japón fue por un tiempo el banco del mundo. También la Reserva Federal contribuyó a alimentar ese mar de liquidez al aplicar unos tipos de interés negativos en términos reales entre 2002 y 2004, generando un aumento del agregado monetario amplio superior al 6% anual en ese periodo. Y no fue menor la aportación del Banco Central Europeo al permitir un aumento de la M3 superior al 7% anual en ese mismo periodo.

A pesar de la carestía del petróleo, ese exceso de liquidez no se descargó sobre los precios al consumo porque sus efectos fueron contrarrestados en parte por la ola de deflación proveniente de China y porque la oferta de bienes y servicios es más elástica gracias a la mayor competencia en la mayoría de los países y a nivel global.

Pero la enorme liquidez así creada (que no tiene precedente en época de paz) ha acabado inflando el precio de los activos mobiliarios y, sobre todo, los inmobiliarios. Así se han creado burbujas inmobiliarias en algunos países, entre ellos España, y los índices bursátiles han alcanzado las vertiginosas alturas antes mencionadas.

Es natural que en tales circunstancias los inversores salgan de la Bolsa ante cualquier información que anticipe una subida de tipos de interés. En esta ocasión sus temores podrían haber sido suscitados por una posible y relativamente próxima fuerte caída del dólar que llevaría a un aumento de tipos. Eso es en efecto lo que parece deducirse de las declaraciones hechas hace unas semanas por Raghuram Rajan, economista jefe del FMI, y corroboradas matizadamente por el director gerente de dicha institución, según las cuales el enorme desequilibrio exterior norteamericano sólo tiene como salida la depreciación del dólar.

Y si representantes tan cualificados del FMI hacen semejantes declaraciones quiere decirse que cuentan con la anuencia del secretario del Tesoro de los Estados Unidos, único competente para fijar el valor del billete verde.

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