La Torre de Pisa en la economía de EE UU
Los que tuvimos la suerte de estudiar la teoría del comercio mundial hace 50 años, lo hicimos con los libros de James Meade, una joya de la literatura económica que contribuyó a que le concedieran el Premio Nobel de Economía en 1977; son estos unos escritos que transmiten la belleza del trabajo perfecto, la armonía de la geometría, o de la mecánica de fluidos.
Cuando la balanza exterior de un país se desplaza de sus puntos de equilibrio, la economía internacional de Meade pone en marcha mecanismos automáticos de precios y rentas que, junto con innumerables efectos multiplicadores, la hacen retornar al equilibrio; y por si fuera poco, se identifican políticas públicas monetarias y fiscales que facilitan y aceleran ese retorno al equilibrio. Sin duda, nos explicaba James Meade, el proceso de reequilibrio tiene un coste real para los países, pero las leyes del sistema económico impiden obviarlo; la sabiduría y el menor coste están en el equilibrio.
James Meade falleció en 1995. Probablemente sus ojos y su mente se negaron a ver el sistema económico de estos últimos años en el que ha quedado patente que la mayor y más poderosa economía del mundo puede mantener por tiempo ilimitado un ingente desequilibrio de su balanza de transacciones corrientes: ni han funcionado los mecanismos automáticos de corrección, ni, obviamente, se ha incurrido ningún coste para la economía americana. Por lo contrario, EE UU ha vivido y sigue viviendo el periodo de bonanza económica más largo de su historia. Mirándolo bien, el caso del déficit estructural permanente no había pasado totalmente inadvertido para Meade, que lo había señalado como una posibilidad razonable en el caso de un país en vías de desarrollo que recibiera permanentemente inversiones extranjeras directas para sustentar su nivel de inversión. EE UU no es exactamente una colonia británica subdesarrollada pero el mecanismo que sustenta su crecimiento actual sí tiene mucho que ver con este modelo de desarrollo con financiación externa.
La economía americana es hoy como la Torre de Pisa; el déficit exterior en realidad no le hace perder su equilibrio, ya que se compensa con la capacidad de su sistema económico para dar confianza y rentabilidad a los ahorradores del mundo entero. El equilibrio con déficit existe y el mundo entero se felicita de ello y lo admira, como se cuentan por millones los turistas que en Pisa admiran este milagro de la arquitectura medieval.
Dicho sea de paso, el éxito de la fórmula americana es tan importante que a nadie le interesa que la construcción se desmorone; los japoneses y los chinos mantienen abundantes patrimonios en dólares, los europeos se alegran de que el dólar no se hunda, y todos saben aprovechar para sus exportaciones el dinamismo de la demanda interior americana.
Dice la teoría del crecimiento con generaciones superpuestas que en el fondo la economía del déficit depende de nuestra fe en el Juicio Universal, ¿nos avisarán con tiempo para pagar las deudas? Desde luego si pensamos que el mundo es eterno las bolas de deuda pueden seguir aumentando al infinito. O sea, que todo es cuestión de creerse que EE UU podrá seguir indefinidamente invirtiendo más que ahorra.
¿Dónde está el problema? Pues que para seguir la carrera de la inversión rentable es importante que la demanda siga creciendo sin desmayo, y esto implica una justificación permanente de nuevas necesidades. Lo importante es que al americano medio no le pase el ansia del consumo, que no le entre el cansancio de la compra que tanto afecta ya a la sociedad alemana. Lo importante es que se olvide del ahorro y del futuro: ¡a vivir que son dos días!
Para mantener viva esta demanda, los productores tienen que innovar, que crear sin descanso nuevas ofertas que entusiasmen; y para innovar ahí está la tecnología, omnipotente, y la imaginación en el marketing. El éxito de la economía de EE UU es que, aun siendo el país más rico del mundo, mantiene la mentalidad de la conquista del oeste.
En ese sentido James Meade tenía razón; EE UU se siente país subdesarrollado y no teme la colonización que financia su desarrollo. Pero es esta una colonización tan tenue y tan sumisa, que la colonia se ha hecho metrópoli y el resto del mundo es ahora su imperio.