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Columna
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El laberinto vitivinícola español

La relevancia del viñedo y de la producción de vino en España es secular. Se trata de una de las actividades económicas con implantación prácticamente en todo el país, lo que le confiere una notable trascendencia territorial y cultural, además de la social y económica. El viñedo español ha aumentado su producción un 38% en la pasada década.

Como consecuencia del cambio de escenario que supuso la incorporación a la Unión Europea (UE), impulsado por las expectativas de rentabilidad, el sector vitivinícola se lanzó a un proceso de inversión, modernización tecnológica en campo y bodega, mejora de la calidad y de la organización comercial que no se ha detenido aun. Con este proceso se corrige un desfase histórico respecto a Francia (con una superficie un 26% inferior a la española produce un 20% más) e Italia (con una superficie un 30% inferior, produce un 12,5% más). No obstante el vino, además de producirlo, hay que venderlo y este es el principal problema actual para muchos productores.

Después de muchos años con importantes descensos, el consumo interior parece haberse estabilizado en una cantidad impropia de un gran país productor, un 30% de la producción nacional y por debajo del promedio per cápita de la UE-15.

En la actualidad estamos exportando más vino (31,3% de la producción) del que consumimos. Si añadimos la exportación de mostos y vinagres de vino, España se ha convertido en el primer exportador mundial en el sector vitivinícola, en volumen exportado. Otra cuestión obviamente es en valor de las exportaciones. También hay que recordar que otro 16% de la producción española se destina a la producción de brandy y vinos de licor, tras su destilación para obtener alcohol para usos de boca.

En definitiva, tenemos una cuarta parte de la producción española que, o aprendemos a vender, o provocará continuas crisis en el mercado de los vinos de mesa. En la actualidad dicho excedente se elimina por destilación subvencionada, o se acumula en stocks que tienden a generar una espiral perversa. Pero es predecible que dichas destilaciones desaparezcan de la nueva regulación comunitaria que está en fase de 'reflexión'.

El mercado de los vinos es complejo y fragmentado en segmentos de características muy diferentes. Por esta razón la próxima reforma de la política vitivinícola común debe ser vigilada con especial atención desde nuestro país. No debemos tolerar estrategias que frenen el progreso del viñedo más competitivo, ni en razón del mantenimiento de la 'renta de los productores' menos capacitados empresarialmente, ni de objetivos aparentemente conservacionistas pero sin tradición en nuestro mundo rural que históricamente ha sabido conservar el rico patrimonio natural de que hoy disponemos en nuestro país.

No se trata de una prevención gratuita por mi parte, especialmente desde la pasada reforma de la Política Agraria Común (PAC) que inventó los 'pagos desacoplados' de la producción, la condicionalidad para percibirlos, el fomento de la extensificación productiva y tantos otros artilugios reguladores tan extraños a la actual dinámica de los mercados mundiales. Afortunadamente el presupuesto que la UE dedica a este sector es muy reducido y las ayudas resultarían poco tentadoras para nuestros productores.

España está en condiciones de competir con Australia, California, Chile, Argentina o Sudáfrica en los mercados de vino si se adapta la actual normativa en algunos aspectos especialmente restrictivos, caso de la generalizada prohibición de nuevas plantaciones o de las peculiares reglas de etiquetado de los vinos de mesa.

Son dos ejemplos de las muchas adaptaciones necesarias en una regulación extremadamente intervencionista, que pudo tener su razón de ser en el pasado, cuando el mercado mundial era prácticamente europeo, pero que frena legítimas iniciativas empresariales tan necesarias en las actuales circunstancias de los mercados.

Queda una ardua tarea de carácter empresarial y comercial para ganar cuota de mercado, en especial en el decisivo mundo de las bodegas cooperativas, pero hay que desechar cualquier solución de los actuales problemas que no transite por el mercado.

Hay que ser conscientes del elevado riesgo actual de reconversión agraria ligada a buena parte de la agricultura española (cereales, remolacha, algodón, tabaco…) para valorar adecuadamente la necesidad de consolidar la posición adquirida en los mercados por los productos del viñedo y del olivar. Que la estrategia de largo plazo no se vea enturbiada por intereses particulares de corto vuelo.

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