Los 'trucos' de Enron, por dentro
No nos hicimos suficientes preguntas'. El documental candidato al Oscar Enron: los tipos que estafaron a América, que se estrena mañana en España, concluye con la apagada confesión de un ex empleado de Enron, la energética estadounidense, que de ser la séptima compañía del país cayó en bancarrota en solo unos meses.
El lema de la empresa era Pregunta por qué (Ask Why), pero trabajadores, analistas y auditores prefirieron callarse fascinados por el dinero fácil y las fantasías financieras del consejero delegado, Jeff Skilling, ahora en los tribunales, junto al presidente, Ken Lay.
Alex Gibney, director del documental, ha calificado la historia de Enron como un 'drama humano', más que un escándalo empresarial. Su filme, basado en el libro Enron: the smartest guys in the room, de los reporteros de Fortune Beth McLean y Peter Elkind, recorre la vida de Skilling, un tipo brillante pero con complejo de inferioridad, y lleno de ideas fantasmagóricas, y la carrera de Lay, que en sus comienzos trabó amistad con la familia Bush.
La película no se estrenó en EE UU hasta después de las elecciones presidenciales de 2004, para evitar que fuera utilizada como un arma electoral. Las referencias políticas son escasas en la película, a diferencia de las de Michael Moore. 'No había tiempo para todo', reconoce Gibney en conversación con Cinco Días. 'Había congresistas implicados, y gente de la administración de Clinton, pero ideológicamente los dirigentes de Enron se identificaban más con ideas republicanas. Querían un mercado eléctrico sin regular en todo el mundo'.
La liberalización total del sector en EE UU permitió a Enron provocar la crisis energética de California, a principios de 2001. Sus operadores cerraban y abrían centrales a discreción para subir los precios, como demuestran las conversaciones entre ellos recogidas en el documental: 'Estamos haciéndonos de oro', decían.
Mientras, Skilling hacía chistes a costa de California delante de sus empleados, como muestra el documental. También se oye cómo llama 'gilipollas' a un inversor que le pregunta por las cuentas de la empresa, poco antes de que abandonara el barco, al ver lo que se avecinaba.
Junto a las grabaciones audiovisuales, Gibney recoge los testimonios de empleados y dirigentes, que recuerdan, entre divertidos y arrepentidos, las peculiaridades de una empresa que basaba su contabilidad en los beneficios futuros 'a diez años', como los de una central que nunca llegó a construirse en India.
El escándalo Enron provocó un rechazo unánime en EE UU. 'Es difícil ponerse de parte de Enron. Sólo el abogado de Ken Lay nos envió una carta', recuerda Gibney. 'Nadie nos ha demandado, ni siquiera los bancos de inversión', añade. En el filme salen igual de mal parados que los analistas y los auditores, pero apenas han sufrido consecuencias legales. 'El verdadero escándalo es que sólo haya tres banqueros en la cárcel', se queja el director.
La 'tragedia griega' de Enron enseña, según Gibney, 'lo que ocurre cuando se descuidan los fundamentos de una empresa y sólo preocupan las apariencias y que suban las acciones'.
'Demasiado serio para un musical'
'Estuvimos a punto de hacer un musical con la historia de Enron, pero era un asunto demasiado serio', explica Alex Gibney, el director del documental. Habrían contado con Tom Waits, varias de cuyas canciones aparecen en la banda sonora. A Gibney le fascinan las habilidades artísticas de los ejecutivos de Enron: el consejero delegado, Jeff Skilling, era, según sus empleados, 'un maestro de la oratoria'.Pero lo que más asombró a Gibney durante el rodaje fue descubrir vídeos internos de la compañía que frivolizaban sobre los fraudes que estaban cometiendo. 'Era una manera inconsciente de enfrentarse a su propia inmoralidad', sugiere el director.La película incluye una de estas grabaciones, que se burla de su contabilidad 'ajustada al mercado'. Pero hay más tesoros escondidos en los archivos de Enron, según Gibney. En uno de ellos, Enron es condenada por manipular los precios, y sus acciones se desploman. Como dice Gibney, 'sí que sabían escribir'.